Jueves Santo. Misa de la Cena del Señor (2013)


No podemos –o no debemos- meditar sobre el misterio de este día sin evocar a los cristianos que viven en Tierra Santa. De ellos apenas hablan los noticieros que cubren el Oriente Medio y, sin embargo, están sufriendo sus consecuencias. ¿Cómo es posible que en la tierra donde se produjeron los hechos más graves de la historia humana apenas haya un puñado de testigos? Lo que sucede hoy en Tierra Santa es una metáfora de lo que puede sucedernos a cada uno de nosotros y a la humanidad en su conjunto: no hemos acogido el testamento de Jesús. No hemos aprendido a dar la vida sino a quitarla.

Es Jueves Santo y nos preguntamos: ¿Qué es lo que Jesús nos pidió antes de morir? ¿En qué consistió el último mensaje a sus amigos y, en ellos, a toda la humanidad? No conozco ningún testamento más sencillo, todo se resume en una sola palabra (en imperativo, por cierto): amaos.

Entendemos el vocablo, sí; lo usamos continuamente, pero no estamos seguros de comprender su significado. Jesús no pierde el tiempo en explicarnos la diferencia que hay entre el amor-eros, el amor-filía y el amor-ágape, por seguir una división clásica[1]. Él se quita el manto, se ciñe una toalla y se pone a lavar los pies a sus discípulos. Desde entonces en todas las lenguas del mundo, ayer, hoy y mañana, amar significa "lavar los pies", apearse de la propia condición y ponerse a la altura de los pies, que es la altura más baja imaginable ¡es una lástima que la liturgia del Jueves Santo considere este gesto como opcional! ¿No es una suprema lección para nosotros y que sin ella, no entenderíamos bien qué significa la eucaristía?

Como sabemos bien, el cuarto evangelio no tiene una narración eucarística como los demás evangelios (sinópticos), en su lugar, introduce este relato que es precisamente el que leemos en el evangelio de hoy. Lavar los pies es imposible para quien cuenta sólo con su buena voluntad o sus impulsos altruistas. El Señor lo sabe, por eso quiere incorporarnos, a través de la liturgia, a su propia entrega.

El Señor se hace eucaristía y se nos da hecho pan y vino, así entrando en comunión con Él, participamos de su vocación de lavador de pies. Sin eucaristía no hay entrega duradera. Y para que haya eucaristía se necesitan algunos sirvientes que acepten el encargo de repartirla hasta el fin de los tiempos en el nombre de Jesús. Esta es la estrecha relación entre el testamento de amor, el sacramento de la eucaristía y el sentido del ministerio eclesial, esto es lo que celebramos ésta noche, ¿sabremos descender hasta el fondo o, como tantas veces nos quedaremos en el cascaron, en la superficie de la celebración litúrgica? ■




[1] Lectura recomendada: Los Cuatro Amores (The Four Loves) escrito por C. S. Lewis y publicado por primera vez en 1960 en Londres y Nueva York. En este ensayo, Lewis aborda el tema del amor dividiéndolo en cuatro categorías, con la ayuda de los conceptos que toma prestados del idioma griego: Cariño (gr.: Στoργη´), amistad (gr.: Φιλíα), eros (gr.: ´Ερος) y caridad (gr.: Αγα´πη), al que él mismo llama "ese amor que Dios es". Según Lewis, el amor en todas sus formas es –en virtud de su naturaleza- de dos tipos: De dádiva y de necesidad.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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