La mayéutica[1]es
una técnica que consiste en interrogar a una persona para hacer que llegue al
conocimiento a través de sus propias conclusiones y no a través de un
conocimiento aprendido y preconceptualizado. La invención de este método del
conocimiento se remonta al siglo IV a.C. y se atribuye por lo general a
Sócrates… desde entonces y muchas veces resulta útil hacerse preguntas, sobre
todo cuando se hacen en el silencio de la reflexión o la meditación. Hoy, en
este solemne y glorioso día de Pascua, al iniciar la gran fiesta de los
cristianos –la gran fiesta de la fe- es bueno que nos preguntemos si sabemos
exactamente en qué creemos los que creemos.
¿Qué es ser cristiano? ¿El cristiano, es el hombre que cree en Dios?
Sí, pero no es necesario ser cristiano para creer en Dios: hay millones de creyentes
que no son cristianos.
¿El cristiano, es aquel que cree en una vida que no termina con la
muerte? Sí, pero tampoco es exclusiva nuestra creer en la pervivencia: también
hay hombres que esperan otra vida sin ser cristianos.
¿El
cristiano, es el hombre que cree en la necesidad de cierto tipo de
comportamiento, basado en el amor, en la justicia, en la verdad...? Sí, pero
-una vez más- debemos reconocer que no es necesario ser cristiano para creer en
la exigencia de un camino de amor, de lucha por la justicia, de búsqueda de la
verdad... Hay muchos hombres –Incluso no religiosos- que de hecho procuran
vivir así.
Todas
estas preguntas no definen lo que es nuestra fe. Pero tampoco basta decir que
el cristiano es aquel que quiere inspirar su vida en la palabra y en el ejemplo
del Señor Jesús. Ciertamente, el cristiano –como dice la misma palabra- se
define en relación, en referencia con Cristo. Pero para nosotros, Jesús no es
únicamente un maestro, un ejemplo. Nuestra fe nos pide un paso más, un paso de
una importancia -y no lo escondamos: de una dificultad- decisiva.
La
pregunta sobre nuestra fe tiene una respuesta precisa y concreta: ser cristiano
es creer en la resurrección de Jesucristo. Quien tiene esta fe -con todas sus
consecuencias- es cristiano; quien no cree en la Resurrección, no puede
llamarse cristiano (por más que pueda ser un hombre admirador de Jesús o un
hombre religioso o un hombre justo). Ser cristiano no pide nada más ni nada
menos que esto: creer que Jesús de Nazaret, después de seguir su camino de
anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios, para ser fiel a ello hasta el
extremo, aceptó el camino de la cruz con una fe, con un amor, con una esperanza
total. Y que por ello Dios Padre le resucitó, es decir, le comunicó aquella
plenitud de vida que Él había anunciado, constituyéndole así Señor –es decir,
criterio y fuente de vida-, para todos los que creyeran en Él.
Hay
más. Hagámonos otra pregunta: Los que creemos en Cristo resucitado, vivo ¿cómo
vivimos vinculados a su vida? La respuesta es sencilla: la consecuencia de
nuestra fe en Jesucristo vivo, es que nosotros creemos que su Espíritu –aquel
Espíritu de Dios que dicen los evangelios que estaba en él- está en nosotros.
El
tiempo de Pascua debe significar para los cristianos un progreso en esta fe en
el Espíritu del Señor que penetra, ilumina, fortalece, nuestro camino. Porque
es gracias a que el Espíritu Santo está presente en cada uno de nosotros, que
todos estamos injertados vinculados con el Señor resucitado.
El
error más común de nosotros los cristianos es que nos lo queremos arreglar
solos, porque olvidamos el Espíritu de Dios que está en nosotros, como estaba
en los primeros cristianos, o peor aún, pensamos que por la repetición de unos
actos perfectos vamos a convertirnos en hombres y mujeres perfectos y no es
así. Creer en la Resurrección del Señor (¡esto que define nuestra fe) es lo
mismo que creer que tenemos en nosotros su Espíritu. El camino no lo hacemos
solos: el camino es el Espíritu quien lo hace en nosotros[2].
Y
si ésta es nuestra fe, ésta es también la causa de nuestra alegría. Por eso, la
Pascua es tiempo de alegría, de fiesta, de abrirnos sin miedo a la vida de
Dios. De ahí que ahora, como hemos hecho en la celebración de anoche, en la
solemne Vigilia Pascual, renovemos nuestro compromiso bautismal de lucha contra
todo mal, de fe en el Padre que es amor, en el Hijo que es nuestro camino, en
el Espíritu que está presente y vivo en nosotros.
Renovación
de nuestra fe que es renovación de vida y llamada a la alegría ■