El monaquismo de los orígenes tenía la clara conciencia de que en el
Desierto hallaría al príncipe de este mundo. Ir con Cristo al Desierto no
comporta huír de las tentaciones, sino más bien, como Cristo y con Cristo,
enfrentar 'desnudos' al tentador. Pensar que hoy las cosas son diferentes es
una ilusión fatal. El opositor del género humano no está ligado a lugares,
tiempos o condiciones de vida. Quien entra hoy en un monasterio o ingresa en la
vida religiosa o eclesiástica, en este nuestro mundo desmitizado, con
frecuencia olvida este hecho fundamental: ha entrado inmediatamente en el
'desierto', en el lugar del aislamiento y de la derelicción, de los desolados
parajes de la sed y de engañosos espejismos. Quien no quiera admitir esta
realidad e imagine ser solamente un bravo operario en la viña del Señor,
correrá el riesgo de desconocer la verdadera naturaleza de las dificultades que
inevitablemente deberá encontrar. Quedará sorprendido al hallar en su 'viña'
tanta 'cizaña', 'espinas y cardos' en lugar de 'uvas', y no entenderá que ha
sido el 'enemigo' quien las sembró ocultamente. ¡Esta lucha no es un simple
accidente, un imprevisto, sino que es parte integrante de la vida en el
desierto! Paradójicamente esta falta de conciencia no se encuentra sólo en los
cristianos que viven en el mundo, cuya visión a menudo es ofuscada por la
opacidad de los bienes materiales, sino también en tantos monjes y
eclesiásticos, quienes, por otra parte, deberían estar más advertidos. La
acedia es un ejemplo particularmente significativo de ello (...) ¿Por qué este
descuido? ¿Quizá por el hecho de que los mismos monjes, o religiosos, o
eclesiásticos ya no van más concientemente con Cristo a la despiadada desnudez
del Desierto, sino que prefieren permanecer en la opacidad del 'mundo' ■ Dom Gabriel Bunge, Akedia, il male oscuro, Edizioni Quiquajon. Comunità di Bose, p. 20