Madre de la Epifanía,
así yo quiero invocarte,
Madre que acoge a pastores,
y a Magos peregrinantes.
En una pobre casita
se terminó el largo viaje,
allí entraron y allí vieron
a un Niñito con su Madre.
Adoraron y ofrecieron
sus dones en homenaje:
el oro, incienso, la mirra
para el Mesías Infante.
Y por un camino nuevo,
según les previno el Ángel,
se volvieron a su patria
los felices personajes.
La lección que allí aprendieron
para siempre se me grabe:
que Jesús está en María,
para quien quiera buscarle.
Mateo, el evangelista,
talló la primera imagen
de María con el Hijo,
y que nadie los separe.
Quien de verdad halló al Hijo,
a la Madre halló al instante;
y quien al Hijo no tiene
vaya a la Madre a rogarle.
Postrados como los Magos,
hoy venimos a adorarle,
Virgen de la Epifanía,
al Hijo que en brazo traes.
Tú eres la cuna y caricia,
Madre Virgen, fuerte y suave,
y de la Casa de Dios
tú eres el ama de llaves.
Tú eres Madre de la Iglesia,
la que teje los pañales,
la que en la cruz y agonía
estaba para abrazarle.
Y mi Madre también eres,
mi Madre en todos los trances,
Madre amada, Madre mía,
hasta que el Hijo me llame. Amén ■
P. Rufino Mª Grández, ofmcap,
Puebla de los Ángeles, 4 enero 2010.