New-old-ideas


A menudo siento que mis manos están vacías: no tengo nada que ofrecer. No entiendo el misterio de Dios, no me entiendo a mí mismo. Y, sin embargo, mis manos deben dar. Sólo pueden dar lo que reciben una y otra vez. Me consuela saber que incluso con mis manos vacías soy capaz de dar; sólo las manos vacías pueden recibir lo que Dios deposita en ellas sin descanso. No obstante, es doloroso no tener "nada" en las manos. Las palabras que predico en mis sermones no parecen reales; no las puedo repetir, pues suenan huecas. Lo que he aprendido, se me escapa entre los dedos. No cosecho éxito alguno en mi trabajo. La experiencia de muchos sacerdotes es dolorosa, porque a pesar de tener las manos cansadas de tanto bregar, la iglesia está cada vez más vacía. Yo creo que ser sacerdote significa presentar incesantemente a Dios la propia impotencia y alzar ante él las manos vacías. Con todo, creoque mis manos ungidas son un signo de esperanza, ya que transmiten la bendición de Dios aunque ellas no la experimenten, porque Él no es propiedad de mis manos Anselm Grun, El orden sacerdotal, pp. 51-52. 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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