II Domingo de Pascua


La paz esté con ustedes. Fue E. Schillebeeckx quien nos recordó recientemente que el encuentro con el resucitado ha sido, entre otras muchas y grandes cosas, una profunda experiencia de perdón: los discípulos experimentaron al Señor como Alguien que los perdona y les ofrece paz y salvación[1]. En otras palabras: no hay alusión alguna al abandono de los suyos. Ningún reproche por la cobarde traición. Ningún gesto de exigencia para reparar la injuria. Las apariciones significan para ellos una verdadera amnistía en el sentido más etimológico de esta palabra: olvido total de la ofensa recibida[2]. Los relatos insisten en que el saludo del resucitado es siempre de paz y reconciliación: Paz a vosotros. Y es precisamente este perdón pacificador y esta oferta de salvación los que ponen una alegría y una esperanza nuevas en la vida de aquellos hombres.

Hoy por hoy vivimos en una sociedad que no es capaz de valorar debidamente el perdón. Se nos ha querido convencer de que el perdón es «la virtud de los débiles» que se resignan y se doblegan ante las injusticias porque no saben luchar y arriesgarse. Y, sin embargo, los conflictos humanos no tienen nunca una verdadera solución, si no se introduce la dimensión del perdón. No es posible dar pasos firmes hacia la paz, desde la violencia, el endurecimiento y la mutua destructividad, si no somos capaces de introducir el perdón en la dinámica de nuestras luchas.

El perdón no es sólo la liquidación de conflictos pasados. El perdón al mismo tiempo despierta la esperanza y las energías en quien perdona y en aquel que es perdonado. El perdón, cuando se da realmente y con generosidad, es, en su aparente fragilidad, mucho más vigoroso que toda la violencia del mundo. La resurrección nos descubre a los creyentes que la paz no surge de la agresividad y la sangre sino del amor y el perdón.

Hoy por hoy necesitamos recuperar la capacidad de perdonar y olvidar, de pasar la página y seguir adelante. La verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen sobre otros, sino cuando todos juntos tratamos de vencer las incomprensiones, agresividades y mutua destructividad que hemos desencadenado.

La paz no llegará a nuestro entorno –país, parroquia, familia, lugar de trabajo- mientras unos y otros nos empeñemos obstinadamente en no olvidar el pasado. La paz no será realidad entre nosotros sin un esfuerzo amplio y generoso de tres cosas: mutua comprensión, acercamiento y reconciliación.

En una sociedad tan conflictiva como la nuestra, los creyentes estamos llamados más que nunca brindar perdón, a recibirlo con se sencillez y alegría, reflexionando en el hecho de que el Señor no reclama nada a aquellos que le traicionaron sino que les entrega Su Espíritu y les regala Su paz ■



[1] Edward Cornelis Florentius Alfonsus Schillebeeckx O.P. (1914-2009) fue un teólogo dominico belga. Es quizá el teólogo neo-modernista de mayor influjo en la segunda mitad del siglo XX. Antes de iniciar una lectura de su  obra, es conveniente leer alguna introducción.
[2] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 49 ss

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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