Estamos inmersos en una cultura que favorece la inteligencia, el
deseo, la sexualidad, algunas veces también el ardor, la violencia en los
fenómenos colectivos, pero muy poco el “corazón”, en el sentido del ser más
esencial de la persona. El hombre de hoy vive esencialmente en estas tres dimensiones: La dimensión
intelectual, la dimensión del ardor, de la agresividad, de la violencia, y la
dimensión del seseo que es triturado sin cesar por toda la atmósfera de la
época. El problema es justamente como hacer descender la inteligencia y también
hacer subir el deseo, al “corazón”, que es el crisol donde van a
encontrarse purificados en el fuego de
la gracia y donde la persona va verdaderamente a unificarse y superarse, a
unificarse y abrirse.
En el cristianismo hay toda una tradición de la repetición pacificadora que
vacía en cierto modo el intelecto de su agitación, que le permite unirse al
“corazón” y disponerse así a la oración. Es por ejemplo, lo que se llama “la
oración de Jesús” en oriente, o “el rosario” en la iglesia latina. Vivimos en un mundo en el que el silencio es pobre, vacío , triste. Por eso
la gente lo llena de ruido. Hya ruido interior: el pensamiento que da vueltas,
las asociaciones de ideas, los deseos, los sueños; cuando no hay eso, se gira
el botón de la radio, se enciende la televisión, se hace zapping, etc. Vivimos en un mundo de ruido constante, estamos todo el tiempo ocupados.
Por ello es muy importante hacer silencio y que al mismo tiempo este silencio
llegue a ser un silencio habitado. ¿Es tan desesperadamente imposible conocer a Dios con los sentidos? La
liturgia debe permitirnos conocer a Dios con nuestros sentidos, pacificados y
transfigurados, La belleza de una oración común llega a los sentidos y permite
que la interioridad se despierte. Debemos volver a descubrir la fuerza de la
liturgia. En occidente, hay que volver a encontrar verdaderamente el sentido
del misterio en las parroquias. Lo fundamental que debe transmitir la liturgia
es el misterio de la resurrección: el misterio de la vida que es más fuerte que
la muerte, de tal manera que cuando salimos de una iglesia y llevamos con
nosotros este potencial de vida, podamos reconocer al otro como un rostro, y al
mundo entero como un don y un lenguaje de Dios ■ O. Clément, Un sentido para la vidade Olivier Clément, Ed. Lumen 2011, cap. 4.