El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es
katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente,
darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús
invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan
y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (Lc 12,24), y a
«reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en
el ojo del hermano (Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma
Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (3,1), el Apóstol y
Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación
invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los
unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los
hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la
indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la
apariencia del respeto por la «esfera privada»…
El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente
de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la
dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en
la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc.
Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66)…
La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el
corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja
ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos
parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que
puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el
sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre
al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza ( Lc 10,30-32), y en
la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición
del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (Lc 16,19).
En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y
compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano?
Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer
los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás… Lamentablemente,
siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de
negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y
el de los demás (Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o
materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la
Iglesia y la salvación personal (Lc 12, 21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de
espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede ■ Del mensaje de SS Benedicto XVI para la
Cuaresma ■