El mundo está lleno de buenas ideas. Algunos las ven pasar como pasa el viento, agradecen el frescor pero al rato están renegando por la fatiga de caminar. Otros las ven llegar, las seleccionan, las disfrutan, pero las dejan escapar. Hay quienes, como un eco, las gritan o las cantan a los cuatro vientos y todos las bailan al ritmo frenético de la música que les acompaña, pero, ¡ay!, escapan en el sudor de los cuerpos. Hay otros que las escriben en el papel y con ello sosiegan el frenesí diario y ayudan a que los demás las vean y las gocen, pero, ¡ay!, la dicha dura poco arrastrada por el torrente de la muerte diaria.
Digo yo, Señor, ¿por qué no me enseñas a escribir en el corazón?
Y me contestó el Señor: “Tú solo puedes escribir en tu corazón”.
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