Pescador, que al pasar por la orilla del lago
me viste secando mis redes al sol.
Tu mirar se cruzó con mis ojos cansados
y entraste en mi vida buscando mi amor.

Pescador, en mis manos has puesto otras redes
que puedan ganarte la pesca mejor
y al llevarme contigo en la barca
me nombraste, Señor, pescador.

Pescador, entre tantos que había en la playa,
tus ojos me vieron, tu boca me habló.
y a pesar de sentirse mi cuerpo cansado
mis pies en la arena siguieron tu voz.

Pescador manejando mis artes de pesca
en otras riberas mi vida quedó.
Al querer que por todos los mares del mundo
trabajen mis fuerzas por Ti pescador.

Pescador, mi trabajo de toda la noche
mi dura faena, hoy nada encontró.
Pero Tú, que conoces los mares profundos
 compensas si quieres mi triste labor.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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