El amor es más fuerte que la muerte
y tu cuerpo viviente lo proclama;
tú traspasas, Señor, lo que fenece,
desde siempre y por siempre tú nos amas.

Por tu amor, oh Jesús, eternos somos,
del amor increado das tu gracia;
convocados por ti, por ti vivimos,
del amor que te sacia tú nos sacias.

Oh Jesús Nazareno y peregrino
de la humana y doliente caravana,
del dolor te levantas y nos muestras,
cual trofeo de amor, tus santas llagas.

Oh pasión amorosa que es saeta,
oh sediento deseo que no calla,
reposad en el cuerpo sacrosanto
del que ofrece el abrazo de llegada.

Es más grande que el tiempo y el espacio
el amor que en Jesús es nuestra alianza;
por tu amor se crearon cielo y tierra,
por amor del que es Hijo en carne humana.

Esta ofrenda de amor recibe, oh Cristo,
de la Iglesia, tu esposa bienamada;
para ti nuestro gozo y alabanza
en la espera de verte cara a cara. Amén  

R. M. Grández, capuchino, Barcelona 1990. 

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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