Viernes Santo


Murió el Señor bajando suavemente
la frente coronada sobre el pecho;
sus ojos se cerraron con la imagen
de Madre y de discípulo hasta el cielo.

Aquel que en el patíbulo reinaba,
amando vencedor contra el infierno,
el Rey de los judíos, Jesucristo,
es Rey eternamente, en cruz y muerto.

No muere quien traspasa la frontera
sellado en el amor, de amor muriendo;
la vida del amor, vida de Dios,
no muere mientras Dios siga existiendo.

Murió el Señor. De lo hondo del costado
las fuentes de la vida se rompieron,
y el chorro de agua viva en el Espíritu
la vida del amor sigue infundiendo.

Murió el Señor. Quedó su cuerpo santo
expuesto sobre el ara para verlo;
y al ser Cordero víctima de Pascua,
no fue roto ninguno de sus huesos.

¡Oh Cristo como Rey crucificado,
alzado nos convocas a tu reino;
a ti suba el honor, ayer doliente
y ahora en paz y en gozo sempiterno! Amén

Fr. Rufino María Grández, ofmcap,
Burlada (Navarra), 17 marzo 1984

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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