Jueves Santo



Te adoro con devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.  
A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde
totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti se equivocan la vista, el
tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer
con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de
Dios; nada es más verdadero que esta palabra de
verdad.

En la Cruz se escondía solo la divinidad,
pero aquí se esconde también la humanidad; creo
y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás, 
pero creo que eres mi Dios; 
haz que yo crea más y más
en Ti, que en Ti espere, que te ame.

¡Oh memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre; 
concédele a mi alma que de Ti viva, 
y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame a mi, inmundo 
con tu Sangre, de la que una
sola gota puede liberar de todos los crímenes al
mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo escondido, 
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar
tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén. 

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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