Sal de la tierra, Señor,
yo soy porque tú lo eres,
porque contagias y quieres
que contigo dé sabor.
Sal que, al salar, purifica
y evita la corrupción,
y pone en el corazón
la gracia que santifica.
Y también, Jesús, me atrevo
a decirte que soy luz,
si yo me ciño a tu cruz
y en tus palabras me abrevo.
Suave luz en el sendero,
seguridad en la duda,
y paz a quien a mí acuda…,
como hermano y compañero.
Tú, Jesús, lo estás diciendo,
y yo lo quiero escuchar,
al tiempo que de tu altar
tú me envías bendiciendo.
Salgo humilde y decidido,
con una mirada nueva
para ir donde me lleva
la misión que he recibido.
Luz del mundo quiero ser,
aunque sea en una aldea;
que se entere el que me vea.
que Cristo es la luz de ver.
Somos hijos de la luz,
regalo de cada día:
mi luz es la Eucaristía,
¡oh Jesús…!, mi gratitud. Amén ■
P. Rufino Grández, ofmcap, Puebla, 1 febrero 2011.
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