V Domingo del Tiempo Ordinario (a)

Lo hemos oído muchas veces a lo largo de nuestra vida: Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra… han pasado ya veinte siglos desde que el Señor pronunció esta frase que aplica a todos los que decimos llamarnos cristianos. Frase que sigue viva en un mundo que es un contraste de luces y sombras y en algunos aspectos un espectáculo de corrupción. Espectáculo en el que muchas veces hemos participado los cristianos porque no entendido bien cómo y cuándo se es luz y sal. Este domingo el profeta Isaías nos ayuda a entender –con tono incisivo y directo- cómo ser luz y sal. Ser luz y sal es algo tan sencillo –y a la vez tan complicado- como esto: compartir el pan, y el techo y el vestido[1].

Ser sal y luz es desterrar la opresión, el gesto amenazante y la crítica. Y desde luego hacernos una serie de preguntas que requieren atención y honestidad: ¿Almacenamos los cristianos el pan mientras cientos de manos carecen de él? ¿Cerramos los cristianos con abundantes llaves y altos muros nuestro techo mientras otros hombres viven en viviendas miserables donde apenas pueden ser hombres?  ¿Consideramos los cristianos al hombre –a cualquiera- como a nuestra propia carne y lo miramos y lo queremos y lo atendemos como si de nosotros mismos se tratara, o vamos mirando a los demás por encima del hombro? ¿Hemos sido los cristianos capaces de decir al mundo, con gesto amable y alegre, el contenido del mensaje cristiano, sin tratar de imponerlo con la espada? ¿Vivimos los cristianos codo a codo con los hombres sus diarios problemas y participamos activamente de sus gozos y dolores? La verdad es que almacenamos, cerramos, poseemos, despreciamos e imponemos –como si además tuviésemos el monopolio de la verdad y de la salvación. Luego no somos luz ni sal.

Estamos lejos de ser luz y sal, porque la luz y la sal deben estar en la fábrica, en el despacho, en la oficina, en la tienda. Pero, además –y esto se olvida con frecuencia- la luz y la sal tienen que estar en la diversión, en el paseo, en el problema concreto, en la cuenta corriente, en el sistema fiscal justo, en la política honestamente concebida y realizada. Hasta en Facebook. La luz y la sal están en el trato sencillo y amable, en las manos que se tienden con comprensión, sin imposición y sin sobre todo sin esperar nada a cambio. Ésa es la prueba de fuego del amor.

La luz y la sal no pueden ser para el cristiano solamente el culto del domingo. No es luz y sal el hombre rezador pero al mismo tiempo aislado de los demás. No es luz y sal el hombre que ha compaginado extrañamente el llamar a Dios Padre y no tener a los hombres por auténticos hermanos.

Afortunadamente nunca es demasiado tarde para encontrar la luz de Dios o para abrirnos en franca conversación con Él. Quien la busca sinceramente y sin querer ponerle condiciones, acaba por encontrarla; quien acepta que esa Luz ilumine su vida para verla con toda claridad, para verla tal y como es, con sus grandezas y sus miserias –porque cuando la Luz de Dios ilumina la vida del hombre, no hay  posibilidad de engaño-, acaba por encontrarla y por convertirse también en sal ■



[1] 58, 7-10. 

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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