Orar en la Ciudad
II.
II.
Cuando ores en la ciudad, busca allí, en primer lugar, al Señor. Estás allí por él, que te amó primero. Si tú estás aquí y no en otra parte es por estos hombres y mujeres, tú eres uno de ellos. No lo olvides. Eres su voz ante el Señor. Tú estás con ellos cada instante: comparte sus fatigas, sus desvelos sobre su salud, el porvenir, el trabajo, la crisis económica, las incertidumbres políticas, el paro de sus hijos... todos estos iconos desfigurados han sido creados a imagen y semejanza de Dios. "El cristianismo es la religión de los rostros". Tu oración restaura estos iconos; a veces te maravillará verlos con un sonrisa, redescubrir su cara de niños. Ese portugués a quien das un apretón de manos todas las mañanas, ese niño maltratado que se te cuelga del cuello, esa vecina que te confía la salud de su hija que ha tenido un accidente, ese drogadicto depresivo que no espera ya su liberación, esa manifestación que está pasando.
No desprecies a nadie nunca. No juzgarás. Asume, intercede, adora; arde como una vela, como una pequeña en la noche. Déjate evangelizar por los pobres. A menudo descubrirás al Espíritu que actúa y te verás haciendo gestos de amor que tú eres incapaz de realizar. Acepta recibirle. Aprende a orar en las condiciones ordinarias de la vida. Con los hombres, por ellos.
Cuando se hace oración en la ciudad se respira dentro de una atmósfera de ateísmo práctico. No te asombres, es una de las razones por las que tú estás ahí. El desierto te ha seducido. No impidas que cuando recibas el choque diario, sientas con fuerza que la sociedad rechaza a Dios. Según hayas sido educado en un ambiente católico o hayas salido del mundo ateo, reaccionarás de forma distinta. En ambos casos sufrirás. No te cierres nunca a esta llamada. Acepta la lucha cotidiana: salir de tu comunidad orante para ir al trabajo y viceversa. El Señor te acompaña aunque a veces permanezca silencioso. "Duerme" decía Teresa del Niño Jesús. Puede ser que conozcas desde el interior lo que viven los que te rodean. Pero rechaza las etiquetas. Evita el hablar de "ateos", de "no-creyentes", de "no practicantes". ¿Qué sabes tú? Mira, escucha, deja que estas cuestiones caigan en tu corazón.
Si oras en la ciudad, no puedes ser pesado con nadie. No serías creíble. Quizás hará falta tiempo para que los de tu alrededor crean verdaderamente que no recibes un subsidio del Vaticano. La Iglesia tiene fama de rica. Unos años no son suficientes para acabar con la mentalidad secular. Pero podrán comprender –sobre todo los jóvenes– que rechazas emplear toda tu vida en el trabajo.
Media jornada es suficiente para vivir, sobre todo en comunidad, cuando se reducen las necesidades. Según sea tu llamada, tu profesión, trabajarás a jornada completa con la idea de compartir la vida, la presencia. Podrás hacer una elección radical a favor de la oración: permanecer en los escalones más bajos, rehusar un puesto de responsabilidad, ocultarte en el anonimato.
Tu trabajo fabricará tu oración. Salario pequeño, aprisionado por los horarios, interesado por las luchas sociales, tu mirada sobre la realidad evolucionará; conocer el precio de la carne, las legumbres y la fruta no perjudicará tu oración. Fregar los platos todos los días y cocinar, te ayudará a encontrar a María, José y Jesús. En palabras de Chiara Lubich: «El Verbo de Dios, hijo de un carpintero; el trono de la Sabiduría, madre de familia»[1].
Ya seas un terciario franciscano[2] que trabaja en una fábrica, o un benedictino que durante media jornada trabaja de jardinero, enfermera en el pabellón de operaciones o empleada de hogar, deberás encontrar la unidad de tu trabajo y tu oración. Nadie lo hará en tu lugar ■
No desprecies a nadie nunca. No juzgarás. Asume, intercede, adora; arde como una vela, como una pequeña en la noche. Déjate evangelizar por los pobres. A menudo descubrirás al Espíritu que actúa y te verás haciendo gestos de amor que tú eres incapaz de realizar. Acepta recibirle. Aprende a orar en las condiciones ordinarias de la vida. Con los hombres, por ellos.
Cuando se hace oración en la ciudad se respira dentro de una atmósfera de ateísmo práctico. No te asombres, es una de las razones por las que tú estás ahí. El desierto te ha seducido. No impidas que cuando recibas el choque diario, sientas con fuerza que la sociedad rechaza a Dios. Según hayas sido educado en un ambiente católico o hayas salido del mundo ateo, reaccionarás de forma distinta. En ambos casos sufrirás. No te cierres nunca a esta llamada. Acepta la lucha cotidiana: salir de tu comunidad orante para ir al trabajo y viceversa. El Señor te acompaña aunque a veces permanezca silencioso. "Duerme" decía Teresa del Niño Jesús. Puede ser que conozcas desde el interior lo que viven los que te rodean. Pero rechaza las etiquetas. Evita el hablar de "ateos", de "no-creyentes", de "no practicantes". ¿Qué sabes tú? Mira, escucha, deja que estas cuestiones caigan en tu corazón.
Si oras en la ciudad, no puedes ser pesado con nadie. No serías creíble. Quizás hará falta tiempo para que los de tu alrededor crean verdaderamente que no recibes un subsidio del Vaticano. La Iglesia tiene fama de rica. Unos años no son suficientes para acabar con la mentalidad secular. Pero podrán comprender –sobre todo los jóvenes– que rechazas emplear toda tu vida en el trabajo.
Media jornada es suficiente para vivir, sobre todo en comunidad, cuando se reducen las necesidades. Según sea tu llamada, tu profesión, trabajarás a jornada completa con la idea de compartir la vida, la presencia. Podrás hacer una elección radical a favor de la oración: permanecer en los escalones más bajos, rehusar un puesto de responsabilidad, ocultarte en el anonimato.
Tu trabajo fabricará tu oración. Salario pequeño, aprisionado por los horarios, interesado por las luchas sociales, tu mirada sobre la realidad evolucionará; conocer el precio de la carne, las legumbres y la fruta no perjudicará tu oración. Fregar los platos todos los días y cocinar, te ayudará a encontrar a María, José y Jesús. En palabras de Chiara Lubich: «El Verbo de Dios, hijo de un carpintero; el trono de la Sabiduría, madre de familia»[1].
Ya seas un terciario franciscano[2] que trabaja en una fábrica, o un benedictino que durante media jornada trabaja de jardinero, enfermera en el pabellón de operaciones o empleada de hogar, deberás encontrar la unidad de tu trabajo y tu oración. Nadie lo hará en tu lugar ■
* Guy Étienne Germain Gaucher, O.C.D., ordenado sacerdote carmelita, es obispo auxiliar y emérito de Bayeux (Lisieux), Francia.
[1] Chiara Lubich (1920-2008) fue la fundadora y presidenta del Movimiento de los Focolares (N. del E).
[2] La Tercera orden de San Francisco es una orden terciaria fundada por San Francisco de Asís que ha originado diferentes ramas laicales de algunas órdenes religiosas católicas. Dentro de los franciscanos, la rama perteneciente a la Tercera Orden se denomina Orden Franciscana Seglar.
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