Salve, Madre!
En la tierra de mis amores
te saludan los cantos que alza el amor.
¡Reina de nuestras almas, flor de las flores!
muestra aquí de tu gloria los resplandores;
que en el cielo tan sólo te aman mejor.

Virgen santa, Virgen pura,
vida, esperanza y dulzura
del alma que en ti confía.
Madre de Dios, Madre mía.

Mientras mi vida alentare,
todo mi amor para ti;
y aunque tu amor me olvidare,
Virgen santa, Madre mía,
aunque tu amor me olvidare,
tú no te olvides de mí ■

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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