La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

Posiblemente no hay en todo el Evangelio página más bella que aquella en la que San Lucas narra el encuentro entre el Arcángel y la virgen de Nazaret, pasaje que escuchamos hoy en el evangelio y que nos cuenta el principio de la extraordinaria aventura de Jesús en la tierra. La Redención era necesaria y necesitaba una colaboración muy especial: la de la Virgen María.

El brazo poderoso de Dios no ha querido nunca limitar la libertad del genero humano, justo por eso es que un ángel llega a Nazaret a solicitar la conformidad de la persona elegida para iniciar los pasos de la Salvación. Es en el momento en que María dice que sí cuando comienza todo. Nos parece –¡después de tantos siglos de fe cristiana- impensable que la adolescente de Nazaret hubiera dicho que no. Pero esa posibilidad existía, pues de no ser así el discurso del ángel hubiera sido de otra forma.

La primera consecuencia de ello es que la relación entre Dios y el hombre es libre, de libertad. El Señor no usa de su fuerza para dirigir al hombre por donde Él quiere. De hecho, a muchos de nosotros no nos importaría que Dios nos dirigiera de tal forma que no hubiera posibilidad de ir al contrario de su Voluntad. Con ello tendríamos asegurado nuestro fin último y deseado. Pero ese dirigismo sin opción restaría nuestra libertad y el diseño que Dios quiso para nosotros. Es este un mundo de hombres y mujeres libres, significada tardíamente –aunque jubilosamente- por la humana Declaración de los Derechos Humanos y abierta por Dios desde el mismo momento de la creación del hombre.

En los asuntos de la libertad el hombre es contradictorio. Muchos no la quieren. A los más les produce miedo. Y el miedo a la libertad engendra muchos errores. Pero la libertad es también una de las facultades más nobles del hombre. Su capacidad libre de decisión le hace grande. Será bueno o malo por el uso de su libertad. No podrá responsabilizar de sus pecados a nadie. Pero tampoco nadie podría borrarle el enorme mérito de hacer el bien libremente. Solo la omnipotente justicia de Dios puede haber previsto esa libertad total de su criatura.

La Santísima Virgen fue libre para asumir su camino y admitir con alegría la presencia en su seno del Salvador del Mundo. Desde ese momento la historia de Cristo está ligada a la joven de Nazaret. De ahí puede entenderse con toda facilidad la importancia del culto cristiano a la Santísima Virgen. En Adviento estamos en situación de vigilia esperando la venida de Jesús y hemos de alentar, con toda nuestra fuerza, que cuando Jesús vuelva por segunda vez todos sus seguidores estemos unidos en la caridad ■
Ilustración: Alessandro Allori, La Anunciación, Musée des Beaux-Arts, Nantes (Francia)

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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