LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR*
III.
Sin embargo, la lectura de los textos sagrados conduce inevitablemente a la oración: «...Cuando oramos, hablamos a Dios, pero, cuando leemos, es Dios quien nos habla»[1]. La lectura de la Sagrada Escritura, como también la oración, supone previamente la fe, al menos para los judíos y los cristianos. Fe en una Presencia que se afirma en la medida en que se actualiza. La comprensión de las Escrituras se muda en conocimiento y amor, pues es ante todo relación entre dos personas. En este sentido la lectura de la Sagrada Escritura puede ser llamada con toda propiedad divina (lectio divina). No son las palabras lo que se ama, sino la verdad que divulgan[2]. Todo ha de pasar en la vida, no se trata, pues, de una cuestión de duración dedicada a la lectura, sino de una abertura a la vida en la cual la Escritura se encarna.
A la Sagrada Escrituras, considerada como alimento esencial del hombre interior, hay que añadir la lectura de los Padres de la Iglesia, los padres del desierto, los tratados hesicastas, y los pertenecientes a la Filocalía. Algunos textos del siglo XII que emanan de autores cartujos (Guigues I y Guigues II) y cistercienses (San Bernardo y su escuela) son inapreciables. El maestro Eckhart se impone y, en su órbita, los textos de la escuela renana. Así se presenta el tesoro esencial del hombre interior. Cabe añadir, naturalmente, escritos del siglo XVII. El hombre interior, a de ser prudente respecto a las lecturas llamadas «edificantes» de los últimos siglos, aparte el padre Foucauld[3]. Parece necesario volver a las fuentes y atenerse a ellas. Hagamos notar que los escritos orientales y, en particular, la literatura siríaca constituyen después de la Sagrada Escritura un alimento substancial[4].
Lo importante, en la lectura de las Sagrada Escritura es ponerse en contacto con una Presencia: la de la luz inmediata. Al situarse en el instante, esta Presencia engendra una experiencia. Así, la Presencia se sitúa en el presente. Al propio tiempo implica una comprensión más lúcida que determina un nuevo nacimiento y un nuevo amor. El despliegue se produce por repercusiones de esperas y de recepciones. Arraigando en la intuición, la espera y la recepción son otras tantas experiencias; no se suman, se multiplican. Por lo demás, esta Presencia no es exterior, la palabra que se expresa en el interior encuentra la Palabra que emana de la Escritura: no hacen sino una.
Gracias a la presencia de la Palabra, el hombre escapa de la soledad; eso no significa que sepa siempre dirigirse en la andadura de su existencia hacia la interioridad; por eso le es necesario, a veces, aconsejarse con hombres experimentados, aptos para traducir el sentido de una llamada y de una vocación personal ■
* M. M. Davy, El Hombre Interior y sus Metamorfosis, Editorial Integral, Colección Rutas del Viento. Marie-Madeleine Davy (1903-1998), es conocida por su célebre tesis doctoral sobre la obra y el pensamiento de Guillaume de Saint-Thierry, y por la calidad de sus numerosos trabajos sobre mística medieval. Fue parte de la Resistencia. Su pensamiento tiene cierta influencia de Simone Weil y de Teilhard de Chardin.
III.
Sin embargo, la lectura de los textos sagrados conduce inevitablemente a la oración: «...Cuando oramos, hablamos a Dios, pero, cuando leemos, es Dios quien nos habla»[1]. La lectura de la Sagrada Escritura, como también la oración, supone previamente la fe, al menos para los judíos y los cristianos. Fe en una Presencia que se afirma en la medida en que se actualiza. La comprensión de las Escrituras se muda en conocimiento y amor, pues es ante todo relación entre dos personas. En este sentido la lectura de la Sagrada Escritura puede ser llamada con toda propiedad divina (lectio divina). No son las palabras lo que se ama, sino la verdad que divulgan[2]. Todo ha de pasar en la vida, no se trata, pues, de una cuestión de duración dedicada a la lectura, sino de una abertura a la vida en la cual la Escritura se encarna.
A la Sagrada Escrituras, considerada como alimento esencial del hombre interior, hay que añadir la lectura de los Padres de la Iglesia, los padres del desierto, los tratados hesicastas, y los pertenecientes a la Filocalía. Algunos textos del siglo XII que emanan de autores cartujos (Guigues I y Guigues II) y cistercienses (San Bernardo y su escuela) son inapreciables. El maestro Eckhart se impone y, en su órbita, los textos de la escuela renana. Así se presenta el tesoro esencial del hombre interior. Cabe añadir, naturalmente, escritos del siglo XVII. El hombre interior, a de ser prudente respecto a las lecturas llamadas «edificantes» de los últimos siglos, aparte el padre Foucauld[3]. Parece necesario volver a las fuentes y atenerse a ellas. Hagamos notar que los escritos orientales y, en particular, la literatura siríaca constituyen después de la Sagrada Escritura un alimento substancial[4].
Lo importante, en la lectura de las Sagrada Escritura es ponerse en contacto con una Presencia: la de la luz inmediata. Al situarse en el instante, esta Presencia engendra una experiencia. Así, la Presencia se sitúa en el presente. Al propio tiempo implica una comprensión más lúcida que determina un nuevo nacimiento y un nuevo amor. El despliegue se produce por repercusiones de esperas y de recepciones. Arraigando en la intuición, la espera y la recepción son otras tantas experiencias; no se suman, se multiplican. Por lo demás, esta Presencia no es exterior, la palabra que se expresa en el interior encuentra la Palabra que emana de la Escritura: no hacen sino una.
Gracias a la presencia de la Palabra, el hombre escapa de la soledad; eso no significa que sepa siempre dirigirse en la andadura de su existencia hacia la interioridad; por eso le es necesario, a veces, aconsejarse con hombres experimentados, aptos para traducir el sentido de una llamada y de una vocación personal ■
* M. M. Davy, El Hombre Interior y sus Metamorfosis, Editorial Integral, Colección Rutas del Viento. Marie-Madeleine Davy (1903-1998), es conocida por su célebre tesis doctoral sobre la obra y el pensamiento de Guillaume de Saint-Thierry, y por la calidad de sus numerosos trabajos sobre mística medieval. Fue parte de la Resistencia. Su pensamiento tiene cierta influencia de Simone Weil y de Teilhard de Chardin.
[1] Véase a este respecto, Sr. Marie-François Herbaux, Formation a la lectio divina, en Collectanea Cisterciensia, t. 32, 1970, 3, pp. 219 ss.
[2] San Isidoro de Sevilla, Sentencias III, 8, P. L. LXXXIII, 679.
[3] Carlos de Foucauld (1858-1916) fue Vizconde de Foucauld, fue militar y explorador. Se hizo sacerdote regular, después de una experiencia de conversión que le hizo regresar a la Iglesia católica. Murió asesinado en el Sahara argelino. Su nombre de religión fue Hermano Carlos de Jesús. Fue beatificado en Noviembre del 2005 (N. del E.)
[4] La copiosa literatura siríaca se distingue por su carácter eminentemente religioso: versiones de la Biblia, homilías, himnos, tratados litúrgicos, teológicos, apologéticos, canónicos, hagiográficos, gramáticos y filosóficos, así como traducciones del griego que, a su vez vertidas al árabe, sirvieron al progreso de la ciencia árabe y mediante ella a la cultura del mundo occidental. A finales del s. III en Persia aparece Afrahates, autor de las Homilías. Trata cuestiones teológicas, aunque desprovistas de influjo griego, tales como virtudes, sacramentos, cristología y ascética, sin olvidar la polémica con los judíos. El diácono S. Efrén (306-373) fue el más importante de los escritores siríacos. Nació en Nísibe y, al ser conquistada por los persas, marchó a Edesa, donde fundó la llamada Escuela de los persas. En su abundante producción literaria tiene comentarios al Génesis y Éxodo, al Diatesarón (éstos conservados en armenio) y a los Hechos de los Apóstoles; himnos sobre la fe, contra los herejes, sobre la virginidad, misterios de Nuestro Señor, ascetismo, Iglesia, ayuno, Natividad, Resurrección, etc. Los Poemas Nisibenos son una colección de himnos en que narra su vida, los asedios de Nísibe por los persas y las vidas de los obispos célebres. Trata profusamente del dogma religioso. Por su gran autoridad se le atribuyen numerosas obras que los críticos dudan en aceptar como suyas. Su doctrina es ortodoxa, aunque algo confusa a veces por expresarse en verso y no seguir la terminología tradicional (N. del E.)
[2] San Isidoro de Sevilla, Sentencias III, 8, P. L. LXXXIII, 679.
[3] Carlos de Foucauld (1858-1916) fue Vizconde de Foucauld, fue militar y explorador. Se hizo sacerdote regular, después de una experiencia de conversión que le hizo regresar a la Iglesia católica. Murió asesinado en el Sahara argelino. Su nombre de religión fue Hermano Carlos de Jesús. Fue beatificado en Noviembre del 2005 (N. del E.)
[4] La copiosa literatura siríaca se distingue por su carácter eminentemente religioso: versiones de la Biblia, homilías, himnos, tratados litúrgicos, teológicos, apologéticos, canónicos, hagiográficos, gramáticos y filosóficos, así como traducciones del griego que, a su vez vertidas al árabe, sirvieron al progreso de la ciencia árabe y mediante ella a la cultura del mundo occidental. A finales del s. III en Persia aparece Afrahates, autor de las Homilías. Trata cuestiones teológicas, aunque desprovistas de influjo griego, tales como virtudes, sacramentos, cristología y ascética, sin olvidar la polémica con los judíos. El diácono S. Efrén (306-373) fue el más importante de los escritores siríacos. Nació en Nísibe y, al ser conquistada por los persas, marchó a Edesa, donde fundó la llamada Escuela de los persas. En su abundante producción literaria tiene comentarios al Génesis y Éxodo, al Diatesarón (éstos conservados en armenio) y a los Hechos de los Apóstoles; himnos sobre la fe, contra los herejes, sobre la virginidad, misterios de Nuestro Señor, ascetismo, Iglesia, ayuno, Natividad, Resurrección, etc. Los Poemas Nisibenos son una colección de himnos en que narra su vida, los asedios de Nísibe por los persas y las vidas de los obispos célebres. Trata profusamente del dogma religioso. Por su gran autoridad se le atribuyen numerosas obras que los críticos dudan en aceptar como suyas. Su doctrina es ortodoxa, aunque algo confusa a veces por expresarse en verso y no seguir la terminología tradicional (N. del E.)
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