Nada posee Clara,
nada le pertenece;
como lirio del huerto
libre respira y crece.

Nada coge en su mano,
nada que aquí fenece;
pobre, en la cruz se abraza
con Cristo que padece.

Nada de lo que fluye
su párpado estremece;
Clara mira y escucha
al Verbo que acontece. Amén ■
de la Liturgia de las Horas.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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