Los cristianos tenemos un auténtico comentario al relato de la Pasión que se proclama en la liturgia del Viernes Santo[1]. Se trata del capítulo quinto del Apocalipsis. Ambos textos se refieren al mismo acontecimiento del Calvario, que el cuarto evangelio narra de manera histórica y el Apocalipsis interpreta y celebra de manera profética y litúrgica[2].
Así, el capítulo quinto del Apocalipsis es el mejor comentario a la celebración del Viernes Santo. Se refiere al mismo momento histórico que la liturgia revive año con año[3].
Y en la mano derecha —dice el texto del Apocalipsis— del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por dentro y por fuera y sellado con siete sellos[4]. Este libro escrito por dentro y por fuera indica la historia de la salvación, y en concreto las Escrituras del Antiguo Testamento que la contienen. Está escrito por fuera y por dentro —explicaban los Padres de la Iglesia— para decir que se puede leer según la letra y según el Espíritu, es decir en su sentido literal, que es particular, o en su sentido espiritual, que es universal y definitivo. Pero para poderlo leer hay que romper el sello. La Sagrada Escritura, antes de Cristo, se parece a la partitura de una inmensa sinfonía que yace sobre el papel y cuyo potente sonido no puede escucharse hasta que no se le ponga, en el encabezamiento, la indicación de la clave musical en que hay que leerla.
El ministro de la reina Candaces que volvía de Jerusalén leyendo el capítulo 53 de Isaías se dirigió a Felipe preguntándole: ¿De quién dice esto el profeta?, ¿de él mismo o de otro?[5]. (leía aquel pasaje que se dice: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca...), ¡le faltaba la clave para leerlo!
La visión de Juan prosigue: Y vi a un ángel poderoso, que gritaba a grandes voces: ¿Quién es digno de abrir el rollo y soltar sus sellos? Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el rollo y ver su contenido. Yo lloraba mucho... Juan –como es propio de la índole misma de la liturgia— nos traslada en espíritu al momento histórico en que ocurren las cosas o en que están a punto de ocurrir. El llanto del profeta evoca el llanto de los discípulos en la muerte de Jesús –Nosotros esperábamos que él fuera[6]….-, el llanto de la Magdalena junto al sepulcro vacío, el llanto de todos los que esperaban la redención de Israel.
Uno de los ancianos —prosigue la visión— me dijo: No llores más. Sábete que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y que puede abrir el rollo y sus siete sellos. ¡Enikesen! ¡Vicit! ¡Ha vencido! Este es el grito que el vidente está encargado de hacer resonar en la Iglesia y la Iglesia en el mundo a través de todos los siglos: ¡Ha vencido el león de la tribu de Judá![7]. El acontecimiento que se esperaba desde siempre, y que lo explica todo, ha tenido lugar. Ya no habrá marcha atrás. Con un gran esfuerzo, la historia ha desplazado su centro de gravedad de atrás hacia adelante y ha alcanzado su punto culminante[8]. Se ha instaurado la plenitud de los tiempos. Está cumplido — Consummatum est, gritó Jesús antes de expirar[9].
Aquel simple verbo en pasado —enikesen: ha vencido— encierra en sí el principio que da fuerza y consistencia a la historia, el que confiere a un hecho acaecido en un punto del tiempo y del espacio un valor eterno y universal. Ya nunca se podrá retroceder a lo que había antes. Nada ni nadie en el mundo, por más que se esfuerce, podrá conseguir que no haya sucedido lo que ha sucedido, es decir que Jesucristo no haya muerto y resucitado, que los hombres no estén redimidos, la Iglesia fundada, los sacramentos instituidos, el reino de Dios instaurado. «Esta es la página que, al volverla, todo lo ilumina, como aquella gran hoja ilustrada del Misal, al comienzo del Canon. Ahí está, resplandeciente y pintada en rojo, la gran página que divide los dos Testamentos. Se abren a una todas las puertas, se disipan todas tas oposiciones, se resuelven todas las contradicciones»[10].
¿Cómo y cuándo sucedió todo eso? La visión continúa: Entonces vi delante del trono, rodeado por los seres vivientes y los ancianos, a un Cordero en pie; se notaba que lo habían degollado. Un Cordero degollado, es decir muerto, y que sin embargo está de pie, es decir ¡resucitado! Cristo, con su muerte y su resurrección, ha realizado, pues, todo eso. Ha explicado las Escrituras cumpliéndolas; o sea, no con palabras, sino con hechos. Juan está pensando abiertamente en la escena del Calvario, cuando Jesús, con su muerte victoriosa- Yo vencí -dice el propio Resucitado en el Apocalipsis— y me senté en el trono de mi Padre[11].
Un poeta se ha imaginado ese relato como si lo hubiera hecho el centurión que estaba presente aquel día en el Calvario:
Nunca hubo una muerte como ésta,
y yo ya he perdido la cuenta...
Su lucha no era con la muerte.
La muerte era su esclava, no su dueña.
No era un hombre derrotado...
En la cruz, su lucha era contra algo mucho más serio que las lenguas amargas de los fariseos.
No, la suya era otra lucha...
Al final lanzó un fuerte grito de victoria. Todos se preguntaban qué era aquello, pero yo sé algo de combates y de combatientes.
Sé reconocer entre mil un grito de victoria[12].
La victoria fue precisamente aquella muerte aceptada en total obediencia al Padre y en amor a los hombres. Para Juan la resurrección lo único que ha hecho ha sido sacar a la luz la victoria escondida que tuvo lugar en la cruz. Jesús es victor quia victima, es decir vencedor porque es víctima[13].
Lo mismo que en el altar, después de la consagración, aparentemente nada ha cambiado en el pan y en el vino, mientras que nosotros sabemos que son ya otra cosa respecto a lo que eran antes, así, con la Pascua, aparentemente nada ha cambiado en el mundo, cuando en realidad todo ha cambiado y el mundo se ha convertido en una nueva creación ■
Así, el capítulo quinto del Apocalipsis es el mejor comentario a la celebración del Viernes Santo. Se refiere al mismo momento histórico que la liturgia revive año con año[3].
Y en la mano derecha —dice el texto del Apocalipsis— del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por dentro y por fuera y sellado con siete sellos[4]. Este libro escrito por dentro y por fuera indica la historia de la salvación, y en concreto las Escrituras del Antiguo Testamento que la contienen. Está escrito por fuera y por dentro —explicaban los Padres de la Iglesia— para decir que se puede leer según la letra y según el Espíritu, es decir en su sentido literal, que es particular, o en su sentido espiritual, que es universal y definitivo. Pero para poderlo leer hay que romper el sello. La Sagrada Escritura, antes de Cristo, se parece a la partitura de una inmensa sinfonía que yace sobre el papel y cuyo potente sonido no puede escucharse hasta que no se le ponga, en el encabezamiento, la indicación de la clave musical en que hay que leerla.
El ministro de la reina Candaces que volvía de Jerusalén leyendo el capítulo 53 de Isaías se dirigió a Felipe preguntándole: ¿De quién dice esto el profeta?, ¿de él mismo o de otro?[5]. (leía aquel pasaje que se dice: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca...), ¡le faltaba la clave para leerlo!
La visión de Juan prosigue: Y vi a un ángel poderoso, que gritaba a grandes voces: ¿Quién es digno de abrir el rollo y soltar sus sellos? Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el rollo y ver su contenido. Yo lloraba mucho... Juan –como es propio de la índole misma de la liturgia— nos traslada en espíritu al momento histórico en que ocurren las cosas o en que están a punto de ocurrir. El llanto del profeta evoca el llanto de los discípulos en la muerte de Jesús –Nosotros esperábamos que él fuera[6]….-, el llanto de la Magdalena junto al sepulcro vacío, el llanto de todos los que esperaban la redención de Israel.
Uno de los ancianos —prosigue la visión— me dijo: No llores más. Sábete que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y que puede abrir el rollo y sus siete sellos. ¡Enikesen! ¡Vicit! ¡Ha vencido! Este es el grito que el vidente está encargado de hacer resonar en la Iglesia y la Iglesia en el mundo a través de todos los siglos: ¡Ha vencido el león de la tribu de Judá![7]. El acontecimiento que se esperaba desde siempre, y que lo explica todo, ha tenido lugar. Ya no habrá marcha atrás. Con un gran esfuerzo, la historia ha desplazado su centro de gravedad de atrás hacia adelante y ha alcanzado su punto culminante[8]. Se ha instaurado la plenitud de los tiempos. Está cumplido — Consummatum est, gritó Jesús antes de expirar[9].
Aquel simple verbo en pasado —enikesen: ha vencido— encierra en sí el principio que da fuerza y consistencia a la historia, el que confiere a un hecho acaecido en un punto del tiempo y del espacio un valor eterno y universal. Ya nunca se podrá retroceder a lo que había antes. Nada ni nadie en el mundo, por más que se esfuerce, podrá conseguir que no haya sucedido lo que ha sucedido, es decir que Jesucristo no haya muerto y resucitado, que los hombres no estén redimidos, la Iglesia fundada, los sacramentos instituidos, el reino de Dios instaurado. «Esta es la página que, al volverla, todo lo ilumina, como aquella gran hoja ilustrada del Misal, al comienzo del Canon. Ahí está, resplandeciente y pintada en rojo, la gran página que divide los dos Testamentos. Se abren a una todas las puertas, se disipan todas tas oposiciones, se resuelven todas las contradicciones»[10].
¿Cómo y cuándo sucedió todo eso? La visión continúa: Entonces vi delante del trono, rodeado por los seres vivientes y los ancianos, a un Cordero en pie; se notaba que lo habían degollado. Un Cordero degollado, es decir muerto, y que sin embargo está de pie, es decir ¡resucitado! Cristo, con su muerte y su resurrección, ha realizado, pues, todo eso. Ha explicado las Escrituras cumpliéndolas; o sea, no con palabras, sino con hechos. Juan está pensando abiertamente en la escena del Calvario, cuando Jesús, con su muerte victoriosa- Yo vencí -dice el propio Resucitado en el Apocalipsis— y me senté en el trono de mi Padre[11].
Un poeta se ha imaginado ese relato como si lo hubiera hecho el centurión que estaba presente aquel día en el Calvario:
Nunca hubo una muerte como ésta,
y yo ya he perdido la cuenta...
Su lucha no era con la muerte.
La muerte era su esclava, no su dueña.
No era un hombre derrotado...
En la cruz, su lucha era contra algo mucho más serio que las lenguas amargas de los fariseos.
No, la suya era otra lucha...
Al final lanzó un fuerte grito de victoria. Todos se preguntaban qué era aquello, pero yo sé algo de combates y de combatientes.
Sé reconocer entre mil un grito de victoria[12].
La victoria fue precisamente aquella muerte aceptada en total obediencia al Padre y en amor a los hombres. Para Juan la resurrección lo único que ha hecho ha sido sacar a la luz la victoria escondida que tuvo lugar en la cruz. Jesús es victor quia victima, es decir vencedor porque es víctima[13].
Lo mismo que en el altar, después de la consagración, aparentemente nada ha cambiado en el pan y en el vino, mientras que nosotros sabemos que son ya otra cosa respecto a lo que eran antes, así, con la Pascua, aparentemente nada ha cambiado en el mundo, cuando en realidad todo ha cambiado y el mundo se ha convertido en una nueva creación ■
[1] Cfr Jn 18, 1-19, 42.
[2] Cfr. R. Cantalamessa, Sermones del Viernes Santo En la Basílica de San Pedro.
[3] En el capítulo quinto del Apocalipsis, el acontecimiento pascual aparece presentado en el marco de una liturgia celestial, pero inspirándose en el culto real y terrestre de la comunidad cristiana de aquel tiempo. Al leerlo, todos podían percibir en él los rasgos de lo que celebraban en sus asambleas litúrgicas. La liturgia pascual en que se inspira san Juan, tanto para el evangelio como para el Apocalipsis, es la así llamada cuartodecimana, que celebraba la Pascua el mismo día en que la celebraban los judíos, el 14 de Nisán, o sea en el aniversario de la muerte del Señor, en vez de en el aniversario de la resurrección. Dicho de otra forma: la liturgia que ponía como centro de todo el viernes de parasceve y que contemplaba incluso la resurrección a partir de él. Sabemos por la historia que las siete iglesias de Asia Menor a las que va dirigido el libro del Apocalipsis seguían todas ellas la praxis cuartodecimana. De una de ellas, Esmirna, fue obispo un discípulo de san Juan: Policarpo, que hacia la mitad del siglo II viajó a Roma precisamente para discutir con el papa Aniceto la cuestión de la diferencia en la fecha de Pascua.
[4] Ap 5,1
[5] Hch 8,34.
[6] Cfr Lc 24, 13-35.
[7] el "león de la tribu de Judá" es el Mesías, así llamado por las palabras que pronunció Jacob, en el libro del Génesis, al bendecir a su hijo Judá
[8] Cfr Gal 4, 4.
[9] Jn 19,30
[10] P. Claudel, Le poéte et la Bible, París, Gallimard, 1998, p. 729
[11] Ap 3,21
[12] Cfr E Topping, An Impossible God.
[13] S. Agustin, Confesiones, X, 43
[2] Cfr. R. Cantalamessa, Sermones del Viernes Santo En la Basílica de San Pedro.
[3] En el capítulo quinto del Apocalipsis, el acontecimiento pascual aparece presentado en el marco de una liturgia celestial, pero inspirándose en el culto real y terrestre de la comunidad cristiana de aquel tiempo. Al leerlo, todos podían percibir en él los rasgos de lo que celebraban en sus asambleas litúrgicas. La liturgia pascual en que se inspira san Juan, tanto para el evangelio como para el Apocalipsis, es la así llamada cuartodecimana, que celebraba la Pascua el mismo día en que la celebraban los judíos, el 14 de Nisán, o sea en el aniversario de la muerte del Señor, en vez de en el aniversario de la resurrección. Dicho de otra forma: la liturgia que ponía como centro de todo el viernes de parasceve y que contemplaba incluso la resurrección a partir de él. Sabemos por la historia que las siete iglesias de Asia Menor a las que va dirigido el libro del Apocalipsis seguían todas ellas la praxis cuartodecimana. De una de ellas, Esmirna, fue obispo un discípulo de san Juan: Policarpo, que hacia la mitad del siglo II viajó a Roma precisamente para discutir con el papa Aniceto la cuestión de la diferencia en la fecha de Pascua.
[4] Ap 5,1
[5] Hch 8,34.
[6] Cfr Lc 24, 13-35.
[7] el "león de la tribu de Judá" es el Mesías, así llamado por las palabras que pronunció Jacob, en el libro del Génesis, al bendecir a su hijo Judá
[8] Cfr Gal 4, 4.
[9] Jn 19,30
[10] P. Claudel, Le poéte et la Bible, París, Gallimard, 1998, p. 729
[11] Ap 3,21
[12] Cfr E Topping, An Impossible God.
[13] S. Agustin, Confesiones, X, 43
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