La Inmaculada Concepción de la Santisima Virgen María

Llena de gracia te llamo porque la gracia te llena; si más te pudiera dar, mucha más gracia te diera. Estos versos, de García Lorca[1], pueden ser de gran ayuda para acercarnos a un misterio tan querido e inabarcable como es el de la Concepción Inmaculada de la Virgen María[2].

Ciertamente hay algo de temor cuando se nos pide creer en un misterio, pues hemos de pensar que inteligencia y razón han de dejarse a un lado. El misterio religioso va por otro camino. Puede comprenderse desde unas razones teológicas, pero es tan grande y admirable que nunca se llega al final. Así es en el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, en el que resplandece la inmensa bondad de Dios, el triunfo del bien, de su inmensa bondad.

Dios va a entrar –y de hecho entra- como levadura nueva, en la misma naturaleza humana, precisamente allí donde anidaba el mal y el pecado. Es la encarnación del Verbo. Dios se va a hacer hombre y necesita una madre. Dos grandes razones había para que la Virgen María estuviera llena de gracia y limpia de todo pecado: la maternidad divina y la redención de Cristo. Ella sería la madre del Verbo, la madre de Dios.

Este misterio de la Inmaculada, de la limpia y pura Señora, es como una inmensa luz que ayuda a encontrar el más profundo y verdadero significado de todas las cosas y de la misma existencia humana. Donde había pecado, sobreabundó la gracia
[3], dice San Pablo, y puede aplicarse al misterio de la Inmaculada Concepción, pues en el privilegio de María ha quedado claro la misericordia de Dios, que hace posible que el bien sea siempre más abundante y generoso que los males que provienen del pecado. Y la Inmaculada es la prueba y la señal: en Ella ha triunfado plenamente la gracia. En ella resplandece la verdad de Dios sobre el hombre, porque María tiene tal abundancia de gracia como no la pudiera tener criatura alguna, excepto nuestro Señor.

Con la venida del Mesías ha cambiado por completo la situación del hombre: de la oscuridad del pecado se ha pasado a la luz y la verdad del amor de Dios. La figura de María Inmaculada es una señal evidente. En Ella se realiza la promesa de que el amor de Dios a sus hijos es más fuerte y eficaz que cualquier efecto del pecado. En ese amor divino tienen explicación todas las cosas y encuentran razón hasta los misterios más incomprensibles a la inteligencia del hombre. El pecado y la injusticia son el origen de la oscuridad de la mente y de la corrupción del corazón, de las llagas de la naturaleza, de las que habla Santo Tomás, que desviaron el entendimiento de la trayectoria hacia la verdad y lo llevaron a la confusión de la ignorancia. Sin embargo, donde hubo pecado, que es desamor, sobreabundó la gracia, que es generosidad tal en el amor que lleva a la participación de la misma vida de Dios.

San Juan de Ávila, maestro de tantas y tan buenas lecciones, solía repetir que la única ventaja y ganancia de seguir a Cristo es la de participar en su sacrificio y de su amor. Se refería a la generosidad y el desprendimiento que deben acompañar a una vida cristiana fiel al evangelio, y que no busca otros intereses que no sean los de seguir de cerca la vida y modelo de Cristo.

Puede ayudarnos ese pensamiento del Maestro Ávila para recordar cuáles deben ser las actitudes y comportamientos ante las situaciones de dificultad en las que se puede encontrar el cristiano. Lo primero a tener en cuenta es que la fe no busca el conflicto, sino la atención a la palabra de Dios, el comportamiento leal y coherente con aquello en lo que se cree
[4].

Ante todo, se requiere la fidelidad. Es decir, mantener el amor, que es firmeza en el convencimiento y en entrega incondicional. Lo que está en juego es el mismo amor de Dios al hombre que se ha manifestado en la vida y doctrina de Cristo. También la fidelidad exige la atención y consecuencia con el acontecimiento, con el momento en el que se vive. Sobran las nostalgias, que se complacen en lo pasado y olvidan responsabilidades del presente. Una cosa es la firmeza y otra muy distinta el pensar que la manera de realizar algunas prácticas accidentales para vivir la fe son imperecederas.

Hemos de estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza, como diría San Pedro
[5], permanecer firmes en la fe ante las dificultades, con una paciencia templada, que es la de un comportamiento leal y responsable, ahogando el mal en abundancia de bien; echando mano de la misericordia de Dios y luchando en todo momento por la paz.

El gran Lope de Vega quiso resumir las razones teológicas del dogma de la Inmaculada en estos versos, que al repetirlos ésta mañana nos sintamos envueltos en el misterio y decididos a caminar iluminados por la gracia de Dios
[6].

De Adán el primer pecado
No vino en vos a caer;
Que quiso Dios preservaros
Limpia como para él.

De vos el Verbo encarnado
Recibió humano ser,
Y quiere toda pureza
Quien todo puro es también.

Si Dios autor de las leyes
Que rigen la humana grey,
Para engendrar a su madre
¿no pudo cambiar la ley?

Decir que pudo y no quiso
Parece cosa cruel,
Y, si es todopoderoso,
¿con vos no lo habrá de ser?

Que honrar al hijo en la madre
Derecho de todos es,
Y ese derecho tan justo,
¿Dios no lo debe tener?

Porque es justo, porque os ama,
Porque vais su madre a ser,
Os hizo Dios tan purísima
Como Dios merece y es


[1] Federico García Lorca (1898–1936) fue un poeta, dramaturgo y prosista español, también conocido por su destreza en muchas otras artes. Adscrito a la llamada Generación del 27, es el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Como dramaturgo, se le considera una de las cimas del teatro español del siglo XX, junto con Valle-Inclán y Buero Vallejo. Murió ejecutado tras el levantamiento militar de la Guerra Civil Española, por su afinidad al Frente Popular.
[2] Muchas ideas de ésta homilía están tomadas de un texto escrito por Mons. Carlos Amigo Vallejo, Cardenal Arzobispo de Sevilla con ocasión de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.
[3] Cfr Rom 5, 20.
[4] 1500- 1569, escritor ascético y religioso español.
[5] Cfr 1 Pe 3, 15.
[6] Félix Lope de Vega y Carpio (1562 –1635) es uno de los más importantes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro español y, por la extensión de su obra, uno de los más prolíficos autores de la literatura universal. El llamado Fénix de los ingenios y Monstruo de la Naturaleza (por Miguel de Cervantes), renovó las fórmulas del teatro español en un momento en que el teatro comienza a ser un fenómeno cultural y de masas. Máximo exponente, junto a Tirso de Molina y Calderón de la Barca, del teatro barroco español, sus obras siguen representándose en la actualidad y constituyen una de las más altas cotas alcanzadas en la literatura y las artes españolas. Fue también uno de los grandes líricos de la lengua castellana y autor de unas cuantas novelas. Se le atribuyen unos 3.000 sonetos, 3 novelas, 4 novelas cortas, 9 epopeyas, 3 poemas didácticos, y varios centenares de comedias (1.800 según Juan Pérez de Montalbán). Amigo de Quevedo y de Juan Ruiz de Alarcón, enemistado con Góngora y envidiado por Cervantes, su vida fue tan extremada como su obra.
Ilustración: Francisco de Zurbarán, Inmaculada Concepción, óleo sobre tela, Museo Cerralbo ( Madrid)

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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