La Dedicación de la Basílica de Letrán

Los antiguos patriarcas de Israel no tuvieron templos. Cuando Dios se les manifestaba, erigían un altar para ofrecer sobre él sacrificios[1]. Más tarde, durante la marcha por el desierto, Moisés hizo construir un arca de madera que se guardaba en una tienda especial y era trasladada en cada ocasión, por los levitas[2]. Años más tarde Salomón edificó en Jerusalén un magnífico templo, célebre por su riqueza y hermosura. A lo largo de la historia de la Salvación siempre ha habito un punto de encuentro entre Dios y el hombre, entre la criatura y su Creador.

Aunque los primeros cristianos poseían lugares de culto y celebraban la fracción del pan en casas particulares, o escondidos en las catacumbas, si arreciaba la persecución, en el siglo IV, cuando la Iglesia gozo de libertad, comenzaron a surgir los templos cristianos. Hacia el 320 Constantino mismo cedió su palacio en Letrán para construir una basílica, que el papa san Silvestre consagró a Cristo Salvador. Un hecho que recuerda cada año la liturgia, la fiesta que justamente celebramos el día de hoy[3].

Jesús había estado varias veces el templo Jerusalén, en esta visita comprobó que quienes ofrecían animales para los sacrificios y los cambistas de dinero habían invadido más allá de lo normal los atrios vecinos al santuario. La actitud del Señor, al expulsarlos blandiendo un azote de cordeles no agredió solamente a aquellos comerciantes, sino que acusaba también a las autoridades religiosas, quienes habían transformado el culto al Señor en sucio mercantilismo: No hagáis de la casa de mi Padre un mercado[4], les dice. Más duras aún son las palabras que recoge san Mateo en su evangelio: vosotros la estáis haciendo una cueva de ladrones[5].

En aquel momento el Señor no negaba la importancia del templo, aquel lugar era una maravilla arquitectónica, un símbolo religioso y político que enorgullecía a cualquier judío, y Jesús era un perfecto judío. Lo que el Señor buscaba era enseñarles en aquel momento –y a nosotros con el Evangelio que quedaría por escrito para siempre- que además de la dignidad y oren que deben rodear el culto, Él es más importante que todos los lugares sagrados y que, en adelante –como lo explicaría a la samaritana- el culto agradable al Señor no estaría ligado únicamente a espacios, o edificaciones, es decir, que habríamos de encontrarnos con Dios en espíritu y en verdad[6], y no solamente en Garizim, o en Jerusalén, o en Roma

Años más tarde, San Pablo escribía a los cristianos de Corinto:¿No saben acaso ustedes que son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?[7]. Nuestra intimidad, nuestra conciencia, nuestra interioridad -cada uno la suya- es también una auténtica Tienda del Encuentro, un lugar donde a cada momento el Señor se comunica con sus hijos.

Vale la pena preguntarnos ésta mañana cómo está nuestro templo interior, y cuál es nuestra actitud hacia el templo exterior. Si de verdad deseamos encontrarnos con Dios en la celebración de la liturgia. Los sacerdotes nos preguntamos si los sitios de culto de los que somos guardianes son dignos de la presencia del Señor; si subimos al altar con corazón limpio y preparado y si celebramos con la reverencia que es debida. Un buen día para meditar, precisamente, en las palabras del la antigua inscripción del baptisterio de Letrán

Virgíneo fetu genitrix Ecclesia natos
quos spirante Deo concepit amne parit...
Fons hic es vitae qui totum diluit orbem
Sumens de Christi vulnere principium
[8]

Un Ángel de la de la Guarda jubilado, al regresar al cielo, dejó olvidada su libreta de apuntes. Allí pudimos sorprender estas líneas: “Noviembre 9. Hoy le dije al párroco: Cuide, su reverencia, con esmero del templo. Sin embargo, nunca lo considere propiedad personal. Menos aun teatro, museo, almacén de maravillas, o jaula para encerrar a Dios. Invite con mucho cariño a sus feligreses a venir. Pero no se le olvide recordarles que el Señor está también en su conciencia y en el recinto de sus hogares. Y procure, ante todo, que la liturgia sea resonancia de ese encuentro personal y profundo, de cada quien con el Padre de los Cielos”.

[1] Cfr Ex 27, 1.
[2] Id 25, 10.
[3] En todas las diócesis del mundo se celebra hoy la Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán.
[4] Jn 2, 16.
[5] Cfr 21, 13.
[6] Cfr Jn 4, 21.
[7] Cfr 1 Cor 3, 16-17.
[8] La Madre Iglesia da a luz con virginal parto a los que concibieron bajo la inspiración de Dios en las aguas. Esta es la fuente de la vida, que riega a todo el orbe y de las heridas de Cristo tomó su origen.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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