Tercer Domingo de Cuaresma

El Evangelio de éste domingo es una invitación a la conversión, a la sencillez, a la alegría, y a dejar de lado la auto conmiseración, que no nos lleva sino a amarnos a nosotros mismos de una manera equivocada y alejarnos de los demás rápidamente[1].

A lo largo de nuestra existencia viviremos una larga sucesión de días y de noches; soportaremos las pruebas que el destino nos envíe; trabajaremos para los demás, ahora y el resto de nuestros días, sin descanso; y cuando llegue nuestra hora, nos iremos de este mundo sin una queja, y sólo cuando ya estemos en el otro lado, diremos cuánto hemos sufrido, cuánto hemos llorado, lo amarga que ha sido nuestra vida, las traiciones que hemos sufrido y Dios se apiadara de nosotros, y nos concederá a los dos una nueva vida llena de luz, amable, hermosa. Y nos alegraremos y miraremos atrás recordando nuestros sufrimientos...y sonreiremos…

Es cierto que vivimos en el dolor, y hay quien piensa que "no hay amante más ducho que aquel que ha sufrido mucho". Hay quien piensa que somos pecadores y, por lo tanto merecedores del castigo: hay que pagar la culpa. Estamos expulsados del Paraíso. Y, sin embargo, estamos hechos para ser felices, hoy y ahora.

A veces juzgamos nuestros actos, y los de los demás, por lo que vemos, por sus consecuencias visibles. Entonces, cuando las cosas salen mal, el que obedeció a la ley y cree que hizo lo correcto suele reaccionar con rebeldía (¡qué amargura la de esa gente con gran sentido del deber cuando, después de haber creído comprar con su virtud el cielo, se encuentran con que Dios no se vende!), y el que desobedeció suele refugiarse en el remordimiento, las "contriciones más impuras que las faltas", que decía Peguy[2].

Y cuando las cosas salen bien, brota a veces del alma una autosuficiencia tan impura en la virtud como en el pecado: el orgullo farisaico de la virtud "pagada de sí misma", o quizá el torpe cinismo del canalla triunfador…

Atención: la actitud y respuesta de aquella samaritana hacen posible el diálogo, y muestran la acogida que en su alma va teniendo la acción de la gracia: la misma aceptación de hablar con Cristo, que era judío, no deja de ser el primer paso de aquella conversión maravillosa.

¡Qué pena dan esas personas que regurgitan sus miserias, las colocan encima de la mesa una y otra vez impidiendo que eso sea un nutriente más! Hay algo enfermizo en todo eso.

Dios no es un sargento o un juez que impone sanciones. Por supuesto que cometemos equivocaciones y errores grandes, pero para eso está el pedir perdón, el rectificar y tirar hacia delante.

Tendríamos que ser todos mucho más conscientes de que vivimos a la sombra del gran sentimiento de la indulgencia de Dios. ¡Es así!: la mayoría de las personas que decimos vivir la fe, hemos de tener claro que siempre, y sobre todo al final, Dios no nos abandonará. Conciencia cierta de la salvación.

Tristemente en muchas personas hay mucho de escrupuloso, atormentado y algo resentido. El lenguaje de Dios es silencioso, que habla bajito, pero ofrece muchas señales: nos ha dado un empujón en tal ocasión gracias a un amigo, a un encuentro casual, a un libro, a un fracaso, incluso gracias a un accidente. En el caso de la mujer de Samaria….¡al ir a buscar agua al pozo!

La idea del Papa es grandiosa: “personalmente creo que Dios tiene un gran sentido del humor. A veces a uno le da un empujón y le dice ‘¡No te des tanta importancia!’”[3]

En realidad, el humor es un componente de la alegría de la creación. En muchas ocasiones de nuestra vida se nota que Dios también nos quiere impulsar a ser un poco más ligeros; a percibir la alegría; a descender de nuestro pedestal y a no olvidar el gusto por lo divertido. En otras palabras: que seamos un poco más ligeros, menos graves, menos de cartón piedra, que no echemos mano de gritos y tonterías de abuelo gruñón y cascarrabias y busquemos encontrarnos con el Señor en espíritu y en vedad[4] con la conciencia de que también debemos llevarlo a los demás: los Apóstoles, cuando fueron llamados, dejaron las redes, ésta mujer deja su cántaro y anuncia el Evangelio, y no llama solamente a uno, sino que remueve a toda la ciudad[5].

[1] 24.II. 2008, III Domingo de Cuaresma.
[2] Charles Péguy, nació en 1873 en Orleans (Loiret) y murió en 1914 en Villeroy (Seine et Marne), fue escritor, poeta y ensayista y es considerado uno de los principales escritores católicos modernos.
[3]
[4] Jn 4, 23.
[5] SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. Sobre S. Juan, 33.





Ilustración: Salvador Dalí, Da mihi bebere, from the "Biblia Sacra", published in 1969 by Rizzoli of Rome, containing 105 lithographs from original gouaches.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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