Hay un texto de Bonhoeffer que
siempre me ha impresionado muy especialmente. Dice el teólogo alemán: «Para los
hombres de hoy hay una gran preocupación: saber morir, morir bien, morir
serenamente. Pero saber morir no significa vencer a la muerte. Saber morir es
algo que pertenece al campo de las posibilidades humanas, mientras que la
victoria sobre la muerte tiene un nombre: resurrección. Sí, no será el arte de
hacer el amor, sino la resurrección de Cristo, lo que dará un nuevo viento que
purifíque el mundo actual. Aquí es donde se halla la respuesta al "dame un
punto de apoyo y levantaré el mundo".»
Efectivamente, los hombres de
todos los tiempos andan buscando cuál es el punto de apoyo para construir sus
vidas, para levantar el mundo. Si hoy yo salgo a la calle y pregunto a la
gente: ¿Cuál es el eje de vuestras vidas? ¿En qué se apoyan vuestras
esperanzas? ¿Dónde está la clave de vuestras razones para vivir? Muchos me
contestarán: «Mi vida se apoya en mis deseos de triunfar, quiero ser esto o
aquello, quiero realizarme, quiero poder un día estar orgulloso de mí mismo». O
tal vez otros me dirán: «Yo no creo mucho en el futuro. Creo en pasármelo lo
mejor posible, en disfrutar de mi cuerpo o de mi dinero, o de mi cultura». O
tal vez me dirán: «Ésos son problemas de intelectuales. Yo me limito a vivir, a
soportar la vida, a pasarla lo mejor posible».
Pero allá en el fondo, en el
fondo, todos los humanos tienen clavada esa pregunta: ¿Cuál es la última razón
de mi vida? ¿Qué es lo que justifica mi existencia? Todos, todos, de algún modo
se plantean estas cuestiones. También ustedes, que me van a permitir que hoy se
lo pregunte: ¿Cuál es el punto de apoyo en el que reposan vuestras vidas?
Para los cristianos la respuesta
es una sola: «Lo que ha cambiado nuestras vidas es la seguridad de que son
eternas». Y el punto de apoyo de esa seguridad es la resurrección de Jesús. Si
Él venció a la muerte, también a mí me ayudará a vencerla. ¡Ah!, si creyéramos
verdaderamente en esto. ¡Cuántas cosas cambiarían en el mundo, si todos los
cristianos se atrevieran a vivir a partir de la resurrección, si vivieran
sabiéndose resucitados! Tendríamos entonces un mundo sin amarguras, sin
derrotistas, con gente que viviría iluminada constantemente por la esperanza.
Cómo trabajarían sabiendo que su trabajo colabora a la resurrección del mundo.
Cómo amarían sabiendo que amar es una forma inicial de resucitar. Qué bien nos
sentiríamos en el mundo, si todos supieran que el dolor es vencible y vivieran
en consecuencia en la alegría.
Sí, la resurrección de Cristo y
la fe de todos en la resurrección es lo que podría cambiar y vivificar el mundo
contemporáneo. Y es formidable pensar y saber que cada uno de nosotros, con su
esperanza, puede añadirle al mundo un trocito más de esperanza, un trocito más
de resurrección ■ J. L. Martín Descalzo, Días grandes de Jesus, Edibesa, España,
1995.
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