El Señor llamó al hombre
y le dijo: ¿Dónde estás?[1]. Este contestó: oí tu ruido en el jardín, me dio miedo..., y me escondí[2].
El hombre no se deja encontrar a la hora de la cita con Dios, constantemente
huye del riesgo del encuentro y del diálogo. Esto ha sucedido desde el principio,
pero al llegar la plenitud de los tiempos[3]
existe una criatura que se deja encontrar y que responde alegremente a aquella importantísima
pregunta: He aquí la esclava del Señor,
hágase en mi según tu palabra[4].
Dios
encontró a alguien que dijo sí, una
criatura dispuesta a recibir, antes incluso que a dar. Una criatura libre de
preocupaciones egoístas, vaciada de sí misma, que ha desterrado el orgullo,
repudiado el amor propio, y se ha convertido en pura acogida. Esto es lo que
celebramos hoy. La Virgen no es una criatura vacía, sino una criatura que ha
sabido hacer el vacío. María es aquella que ha permitido a Dios hacer, obrar libremente en ella. Hoy
encontramos muchas personas que parecen obsesionadas por saber lo que deben
hacer por el Señor. La Virgen descubrió que lo primero que tenía que hacer era
dejarse hacer por Dios. Y lo mismo sucede para cada creyente: dejar hacer a
Dios, dejarse hacer por él, ser tomado por él, abandonarse al poder de su
Espíritu.
Y el ángel se retiró de su presencia[5].
Siempre me ha impresionado este detalle de la página de Lucas en la
anunciación. Ciertamente no es un fin alegre. En todo caso es un fatigoso y
comprometido inicio. La Virgen se queda sola. Ya no habrá ninguna comunicación
extraordinaria. Ningún mensaje que le dé garantías y elimine las dudas. Debe
hacer el camino con la ayuda de la propia fe, como nosotros, no con la
asistencia especial del ángel.
También
en su vida saltarán los por qué. Y deberá llegar a la luz a través de las
tinieblas más espesas, no a través de las respuestas más aseguradoras.
El
ángel cumplió su misión. A partir de ese momento la Virgen tendrá que preguntar
a los aconteceres de cada día para saber algo. Como todos los mortales. Y
empieza poniéndose en movimiento, sirviendo a los demás: Por aquellos días ,
María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá[6].
Y
cada vez que diga sí –incluso antes
de haber entendido por completo- profundizará en el misterio de la propia
existencia. A cada sí, responde un
aumento de conocimiento. El abandono confiado llega antes que el razonamiento.
La acogida precede a la investigación. En otras palabras: se conoce el
camino recorriéndolo, se encuentra
la verdad, sirviendo a los demás, y María es el mejor ejemplo. Que hoy que
celebramos su Inmaculada Concepción interceda delante del trono de Dios para
que se nos conceda ser más acogedores a las constantes invitaciones que nos
hace el Espíritu, y que respondamos todo el tiempo sí a lo que Dios va sugiriendo –que no obligando- en el silencio
de nuestro corazón[7] ■
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