A la puerta llaman,
que de boda llega.
Cerró ya la noche,
pero alguien le espera;
con lámparas vivas
estaban en vela.
La voz conocida
se siente de fuera:
«Abridme, yo soy»,
anuncia y golpea;
mas una vez solo,
que el sueño no era.
Con su claro rostro
venía de fiesta,
con ojos amables,
con palmas abiertas.
¡Qué bello el Señor
en la noche aquella!
Llegará el amor
la noche que él venga;
se atará el vestido,
sirviendo a la mesa,
hará el homenaje
a su santa Iglesia.
Llegará del Padre,
de su Pascua eterna,
con el vino nuevo
para aquella cena.
Jesús es su nombre,
festín su presencia.
¡Oh Siervo glorioso,
ceñido de estrellas,
vendrás y ya vienes,
te sentimos cerca;
a ti te alabamos,
esperanza nuestra! Amén ■
P. Rufino María Grández, ofmcap.
Jerusalén, 1986