A la puerta llaman,
que de boda llega.
Cerró ya la noche,
pero alguien le espera;
con lámparas vivas
estaban en vela.

La voz conocida
se siente de fuera:
«Abridme, yo soy»,
anuncia y golpea;
mas una vez solo,
que el sueño no era.

Con su claro rostro
venía de fiesta,
con ojos amables,
con palmas abiertas.
¡Qué bello el Señor
en la noche aquella!

Llegará el amor
la noche que él venga;
se atará el vestido,
sirviendo a la mesa,
hará el homenaje
a su santa Iglesia.

Llegará del Padre,
de su Pascua eterna,
con el vino nuevo
para aquella cena.
Jesús es su nombre,
festín su presencia.

¡Oh Siervo glorioso,
ceñido de estrellas,
vendrás y ya vienes,
te sentimos cerca;
a ti te alabamos,
esperanza nuestra! Amén

P. Rufino María Grández, ofmcap.
Jerusalén, 1986

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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