Solemnidad de la Ascención del Señor (2013)



Nunca han sido fáciles de leer y mucho menos de explicar las coplas a lo divino que San Juan de la Cruz escribió para hablar del alma ascendiendo hasta Dios. No quería confundirnos cuando aseguraba:

Cuanto más alto llegaba desde trance tan subido,
tanto más bajo y rendido, y abatido me hallaba;
Dije: «No habrá quien alcance»; y abatíme tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance.

Cuando uno se adentra en el lenguaje y la experiencia cristiana, termina constatando que «se llega tan alto», «cuanto más bajo y rendido y abatido se halla». O con otras palabras: se consigue «la ascensión», mediante el «descenso». Ese fue justamente el camino del Señor Jesús. Y deberá ser también el nuestro. Hoy San Lucas nos cuenta que Jesús fue elevándose a los cielos. El evangelio y la segunda lectura nos cuentan que esa suprema gloria llegó a través del abatimiento: Se rebajó hasta someterse a la muerte...; por lo cual Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre[1]. Sí. El camino de Jesús fue ése: quiso nacer en un establo, porque no había sitio para ellos en la posada[2]. Hoy celebramos la Ascensión del Hijo del Hombre. Pero, a lo largo de todo el año, la liturgia suele describirnos la «descensión» del Hijo de Dios.

Nuestro camino no puede ser otro. Esos dos ángeles que se aparecen a los Apóstoles, que se habían quedado extasiados contemplando las alturas, nos trazan el mismo camino a seguir: ¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?[3]

Como cristianos no vamos a ascender nunca por medio de vuelos espaciales, o por actitudes estáticas y la evasión de lo que debe ser compromiso temporal, nosotros vamos a subir, bajando. Bajando al trabajo de cada día, a la actitud de servicio constante hacia todos los hermanos, principalmente los más necesitados, a la sencillez de saber, que somos siervos inútiles que han hecho lo que teníamos que hacer[4]. Sí, ascendemos, bajando. Bien claro lo expresó el Señor, inmediatamente después de haberles lavado los pies a sus discípulos: Si yo, que soy el maestro, os he lavado los pies a vosotros, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros[5].

En una palabra: no podemos quedarnos en la luna [de Valencia[6]],  Cada día hemos de poner las manos en la tarea que nos espera. No vaya a ser que al final de nuestra vida –cuando debamos ser examinados en el amor- aparezcan esos mismos ángeles vestidos de blanco preguntando: oye y.. ¿como qué haces ahí plantado mirando al cielo? ■


[1] Cfr Fil 2, 9.
[2] Cfr Lc 2, 7.
[3] Cfr Hech 1, 1-11 ...
[4]Cfr Lc 17, 10.  
[5] Cfr. Jn, 13, 21.
[6] Hay quién atribuye el uso de la expresión a aquellos barcos que arribaban a las costas valencianas y debido a la mala marea no podían acercarse para atracar, motivo por el que sus pasajeros permanecían a bordo, a la luna de Valencia, esperando poder desembarcar. 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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