Nunca han sido fáciles de leer y mucho menos de explicar las coplas a lo divino que San Juan de la
Cruz escribió para hablar del alma ascendiendo hasta Dios. No quería confundirnos
cuando aseguraba:
Cuanto más
alto llegaba desde trance tan subido,
tanto más
bajo y rendido, y abatido me hallaba;
Dije: «No
habrá quien alcance»; y abatíme tanto, tanto,
que fui tan
alto, tan alto, que le di a la caza alcance.
Cuando uno se adentra en el lenguaje y la experiencia
cristiana, termina constatando que «se llega tan alto», «cuanto más bajo y
rendido y abatido se halla». O con otras palabras: se consigue «la ascensión»,
mediante el «descenso». Ese fue justamente el camino del Señor Jesús. Y deberá
ser también el nuestro. Hoy San Lucas nos cuenta que Jesús fue elevándose a los
cielos. El evangelio y la segunda lectura nos cuentan que esa suprema gloria llegó a través del abatimiento:
Se rebajó hasta someterse a la muerte...;
por lo cual Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre[1].
Sí. El camino de Jesús fue ése: quiso nacer en un establo, porque no había
sitio para ellos en la posada[2].
Hoy celebramos la Ascensión del Hijo del Hombre. Pero, a lo largo de todo el
año, la liturgia suele describirnos la «descensión» del Hijo de Dios.
Nuestro camino no puede ser otro. Esos dos ángeles que se
aparecen a los Apóstoles, que se habían quedado extasiados contemplando las
alturas, nos trazan el mismo camino a seguir: ¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?[3]
Como cristianos no vamos a ascender nunca por medio de
vuelos espaciales, o por actitudes estáticas y la evasión de lo que debe ser
compromiso temporal, nosotros vamos a subir, bajando. Bajando al trabajo de
cada día, a la actitud de servicio constante hacia todos los hermanos, principalmente
los más necesitados, a la sencillez de saber, que somos siervos inútiles que han hecho lo que teníamos que hacer[4].
Sí, ascendemos, bajando. Bien claro lo expresó el Señor, inmediatamente después
de haberles lavado los pies a sus discípulos: Si yo, que soy el maestro, os he lavado los pies a vosotros, también
vosotros debéis lavaros los pies unos a otros[5].
En una palabra: no podemos quedarnos en la luna [de
Valencia[6]], Cada día hemos de poner las manos en la tarea
que nos espera. No vaya a ser que al final de nuestra vida –cuando debamos ser
examinados en el amor- aparezcan esos mismos ángeles vestidos de blanco preguntando:
oye y.. ¿como qué haces ahí plantado mirando
al cielo? ■
[1]
Cfr Fil 2, 9.
[2] Cfr
Lc 2, 7.
[3] Cfr Hech 1, 1-11 ...
[4]Cfr Lc 17, 10.
[5] Cfr. Jn, 13, 21.
[6] Hay quién atribuye el uso de la expresión
a aquellos barcos que arribaban a las costas valencianas y debido a la mala
marea no podían acercarse para atracar, motivo por el que sus pasajeros
permanecían a bordo, a la luna de Valencia, esperando poder desembarcar.