Una herida,
para curarse bien, tiene que empezar a sanar de dentro hacia fuera: así quiso
Dios que desde dentro sanase en nosotros la herida vieja del pecado: metiéndose
dentro, llegando al fondo, haciéndose
como uno de nosotros, poniendo su tienda en medio de nuestro campamento[1].
Fue así como Él asumió lo nuestro y lo fue elevando, lo fue sanando. Y para
ello necesitó una mujer, una madre, para tomar de ella carne de nuestra carne: envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer.
Y se llamó Jesús. Dios se hizo Jesús en María. Una mujer del pueblo dirá: Bendito el vientre que te llevó y los pechos
que te amamantaron. Bonita manera de engrandecer a María, partiendo de
Jesús. Quizá por ello la Iglesia celebra hoy a María como Madre de Dios,
aparecen María y Jesús unidos, desde el principio, para salvar; como unidos los
encontraron los pastores aquella noche, en Belén.
Hoy, propiamente, no es el día de Año Nuevo en la Iglesia; el año
ya comenzó en la liturgia cuando empezamos, con el Adviento, hace más o menos
un mes, pero los cristianos no debemos sustraemos al ambiente que nos rodea: el
mundo –que es bueno porque salió de las manos de Dios- habla de un año que
termina y de un Año Nuevo que comienza. ¿Qué hacer ante todo eso? ¿Cerrar los
ojos? ¿Sumarse sin más? Sumarnos, sí, pero animados con el espíritu de Cristo
que es lo que da el sentido a nuestra vida. Somos cristianos y no nos va esa
especie de temor supersticioso, como si nuestra felicidad fuese a depender más
del pie con que en él entramos, o de la estrella que esa noche luzca. Tampoco
nos van las máscaras de alegría hueca, ni ese querer ahogar en vino los
recuerdos, o los temores, ni esas cenas en las que se come y se bebe más allá
de los límites del sentido común cuando hay tantos que apenas tienen para
comer… [2]
Pues el año que comienza la liturgia recoge uno de los textos más
entrañables de todo el Antiguo Testamento: El
Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti... y te conceda la
paz. La paz, anhelo renovado de una humanidad que sigue destrozándose.
Grito incontenible de unos pueblos que están hartos de ser manipulados. Don de
Dios, que sólo es capaz de acoger el corazón que viene de vuelta de la
violencia. La paz. Ésta es la oración de la Iglesia a través del corazón
inmaculado de María Santísima para este Año Nuevo ■