Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (2013)


Una herida, para curarse bien, tiene que empezar a sanar de dentro hacia fuera: así quiso Dios que desde dentro sanase en nosotros la herida vieja del pecado: metiéndose dentro, llegando al fondo, haciéndose como uno de nosotros, poniendo su tienda en medio de nuestro campamento[1]. Fue así como Él asumió lo nuestro y lo fue elevando, lo fue sanando. Y para ello necesitó una mujer, una madre, para tomar de ella carne de nuestra carne: envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Y se llamó Jesús. Dios se hizo Jesús en María. Una mujer del pueblo dirá: Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron. Bonita manera de engrandecer a María, partiendo de Jesús. Quizá por ello la Iglesia celebra hoy a María como Madre de Dios, aparecen María y Jesús unidos, desde el principio, para salvar; como unidos los encontraron los pastores aquella noche, en Belén.

Hoy, propiamente, no es el día de Año Nuevo en la Iglesia; el año ya comenzó en la liturgia cuando empezamos, con el Adviento, hace más o menos un mes, pero los cristianos no debemos sustraemos al ambiente que nos rodea: el mundo –que es bueno porque salió de las manos de Dios- habla de un año que termina y de un Año Nuevo que comienza. ¿Qué hacer ante todo eso? ¿Cerrar los ojos? ¿Sumarse sin más? Sumarnos, sí, pero animados con el espíritu de Cristo que es lo que da el sentido a nuestra vida. Somos cristianos y no nos va esa especie de temor supersticioso, como si nuestra felicidad fuese a depender más del pie con que en él entramos, o de la estrella que esa noche luzca. Tampoco nos van las máscaras de alegría hueca, ni ese querer ahogar en vino los recuerdos, o los temores, ni esas cenas en las que se come y se bebe más allá de los límites del sentido común cuando hay tantos que apenas tienen para comer… [2]

Pues el año que comienza la liturgia recoge uno de los textos más entrañables de todo el Antiguo Testamento: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti... y te conceda la paz. La paz, anhelo renovado de una humanidad que sigue destrozándose. Grito incontenible de unos pueblos que están hartos de ser manipulados. Don de Dios, que sólo es capaz de acoger el corazón que viene de vuelta de la violencia. La paz. Ésta es la oración de la Iglesia a través del corazón inmaculado de María Santísima para este Año Nuevo


[1] Cfr Jn 1,14
[2] J. G. García, Al hilo de la Palabra. Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B, Granada, 1993, p. 27 ss.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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