Y qué es la verdad? Es la gran pregunta que formula Pilatos,
pero sin esperar apenas la respuesta, condena a muerte al que podía
responderle. Y es que no siempre preguntamos porque no sabemos; a veces
preguntamos porque no queremos saber, para despistar, pues sospechamos que hay
preguntas que no tienen respuesta.
A muchos interesa
hoy la verdad objetiva, de ahí que otros piensen que no hay más verdad que la
subjetiva, entendiendo subjetiva como individual: cada quien la suya. A esos
les contestó [hermosamente] el poeta:
¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela[1]
De manera que la
pregunta sigue en pie. Y seguirá posiblemente, mientras tengamos la firme
decisión de buscarla. Esa decisión de buscar, más allá de la razón y de la
ciencia: en la fe. No se trata de creer cada quien lo que le da la gana. El que
cree no las tiene todas consigo, pero cree, intuye, y por eso sigue buscando
con ilusión.
¿Qué significa,
pues, hoy celebrar a un Cristo Rey, vivo, interpelante, que dirige, gobierna y
potencia todos los momentos de la vida? ¿Cómo se puede entender en lenguaje
actual el Reino de Dios? ¡Grandes preguntas! Para muchos hablar de Cristo Rey
es casi hablar de algo superado desde el compromiso de la fe. Desde el mundo
actual Cristo Rey es algo, dirán, intrascendente, pues no se admite ni se da
valor a un reino que no es político, ni entra en conflicto con los valores y
exigencias de los reinos mundanos.
Por otra parte qué
fácil es aclamar a Cristo Rey en un domingo de Ramos, en una procesión, en un
momento de euforia espiritual. Lo difícil –y por ende valioso- es creer en un
Cristo presente e influyente en la vida de todos los días, en un Cristo que
compromete y cambia la existencia del hombre, en un Cristo exigente que pide
fidelidad a los valores permanentes del evangelio.
Existe también una
gran contradicción: hacer mundano el reino de Cristo, que no es de este mundo.
Y salta la enorme tentación de confundir el poder económico, político y social
con el poder de Dios. Y pueden gastarse demasiadas fuerzas y empeños en influir
en las situaciones de este mundo para hacer presente el reino de Dios.
El Señor no reinó
desde los sitios privilegiados ni desde los puestos de influencia, lo hizo
desde el servicio, la entrega y la humildad; lo hizo en el compromiso con los
necesitados y con los desgraciados, con los pecadores y las mujeres de la vida,
con los que estaban marginados en la sociedad de entonces: ciegos, leprosos,
viudas...
Con mucha
frecuencia los cristianos pretendemos hacer un reino de Dios a nuestro gusto y
medida; y de hecho construimos nuestros pequeños reinos de incienso y
adoración, de admiración y marquesados. Es un engaño terrible, fruto del
egoísmo humano.
Cristo fue y es
Rey por ser testigo de la verdad y del amor sin límites. Y nuestra vida está
cargada de mentiras y desamores. No es una visión fatalista. Es realista.
Asómate a algún periódico o a la red. Hoy no sirve decir “no pasa nada, vamos
bien”. No. Sí pasa. Pasa mucho. Es preciso el cambio y la conversión. Vivir en cristiano es descubrir las exigencias
y maravillas del reino de Dios con entrega total y confiada ■