XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (A)


A qué conclusión llegamos después de las lecturas de hoy? Quizá al convencimiento de que la Sabiduría, su esencia, consiste en saber esperar a Dios; saber, digamos, utilizar los frutos de la redención. Y luego al convencimiento que este encuentro con Dios, habitualmente, sucede fuera de los cálculos del hombre y por lo tanto hay que vigilar sin desmayo. Porque en los momentos trascendentales de la vida, nadie, en absoluto, puede asumir nuestra propia responsabilidad.

Hay que vigilar, estar despierto. Cada uno en su noche, con su luz y su aceite suficiente, tiene que otear y mantenerse alerta.

¿Cómo no esperar con alegría a Cristo, que venció a la muerte? Sócrates –escribió Dietrich Bonhoeffer- superó el morir, pero Cristo venció a la muerte como último enemigo. Superar el morir cae dentro de las posibilidades humanas; obtener la victoria sobre la muerte, quiere decir resurrección[1]. En efecto, ésta es toda la diferencia, y de este gozo nos habla hoy san Pablo. Este niño indefenso que va a nacer pronto, en las pajas de Belén, trae en sus manos la Esperanza. No una esperanza cualquiera, de matiz humano; no la resignación del estoico, que acepta la finitud, sino la esperanza de las esperanzas: la seguridad de la Vida eterna.

Vigilar, estar atentos. Aquí está el quid de la Sabiduría. Una persona puede ser sabia en este orden de cosas y no brillar precisamente en el mundo de hoy. Una persona puede gustar internamente del Señor, adorarle en espíritu y en verdad, y no saber ni siquiera leer y escribir. Y curiosamente a estas personas, por muchos vaivenes que dé la vida, nunca les falta aceite en la despensa.

Todos hemos conocido personas así, sencillas, sin valores notables, pero tocadas por el ala de la Sabiduría. Personas que a la hora de la muerte –muertes dolorosas, prolongadas- estaban listas para el banquete de bodas. Tenían su lámpara encendida, sobre el celemín, con el brillo limpio de las buenas obras.

Nadie puede recibir al Señor por nosotros. Nadie. Ni nuestros padres, ni nuestros maestros, ni nuestros amigos más amigos. Nadie. La actitud de las vírgenes prudentes, en la parábola de hoy, parece cruel y egoísta, pero sólo es lógica. Cuando llegue el esposo, no vale volverse a los vecinos, desesperadamente: “Dame un poco de tu fe, de tu justicia, de tu verdad, de tu pobreza, de tu amor”. No. No puede ser. Nos lo darían con mucho gusto, pero es imposible: la lámpara encendida se trata de una cualidad interior, personal, intransferible, que no puede ser compartida. Nadie puede vigilar por otro, y cuando se acerque Dios a medianoche, nadie puede ser nuestro fiador.

Hay que estar vigilantes, porque el Esposo llega de improviso.

Aún tardará en llegar, pensamos; ya tendremos tiempo de avivar la llama. Y gastamos nuestro aceite alegremente, sin preocupaciones.
Nos adormecemos, dejamos de esperar. Y el Reino llega, de pronto. Llega el Esposo, empieza el banquete, se cierran las puertas. El grito de desolación, en estos momentos, es inútil ya: “Señor, Señor, ábrenos”. “No os conozco”, dirá Jesús. Respuesta terrible, en el Señor de las Misericordias.

Señor, danos la Sabiduría. Danos la Sabiduría eterna, que es tu Hijo, tu Palabra. Haz que esta Sabiduría nos penetre, nos transforme, nos dé el sentido de la vida. Danos el Reino, que es la Sabiduría. Que sepamos vivir, sabiamente, en un clima de espera. Sabiduría, Señor. Que sepamos buscarla, anhelarla, porque en ese instante llamará a la puerta. Aviva nuestra lámpara, Señor, y que esta lámpara ilumine a los hermanos; que sea faro. No sólo un pasaporte para cruzar tu Puerta ¿Cuál es el secreto de una felicidad que no ofenda, sino que ponga en pie a los que sufren? Que sea una alegría “de pobre”, una felicidad no poseída, sino compartida ■


[1] Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) fue un líder religioso alemán que participó en el movimiento de resistencia contra el nazismo. Bonhoeffer, pastor y teólogo luterano, fue arrestado y encarcelado. Acusado luego de formar parte, mientras estaba preso, en los complots planeados por miembros de la Abwehr (Oficina de Inteligencia Militar) para asesinar a Adolf Hitler, fue finalmente colgado tras el fallido intento de asesinato del 20 de julio de 1944.
Ilustración: F. W. Schadow (1788–1862), Parábola de las vírgenes sabias y necias, (detalle).

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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