A qué conclusión llegamos después de las lecturas de hoy? Quizá al convencimiento
de que la Sabiduría, su esencia, consiste en saber esperar a Dios; saber,
digamos, utilizar los frutos de la
redención. Y luego al convencimiento que este encuentro con Dios,
habitualmente, sucede fuera de los cálculos del hombre y por lo tanto hay que
vigilar sin desmayo. Porque en los momentos trascendentales de la vida, nadie,
en absoluto, puede asumir nuestra propia responsabilidad.
Hay que vigilar, estar despierto. Cada uno en su noche,
con su luz y su aceite suficiente, tiene que otear y mantenerse alerta.
¿Cómo no esperar con alegría a Cristo, que venció a la
muerte? Sócrates –escribió Dietrich Bonhoeffer- superó el morir, pero Cristo
venció a la muerte como último enemigo. Superar el morir cae dentro de las
posibilidades humanas; obtener la victoria sobre la muerte, quiere decir
resurrección[1].
En efecto, ésta es toda la diferencia, y de este gozo nos habla hoy san Pablo.
Este niño indefenso que va a nacer pronto, en las pajas de Belén, trae en sus
manos la Esperanza. No una esperanza cualquiera, de matiz humano; no la
resignación del estoico, que acepta la finitud, sino la esperanza de las
esperanzas: la seguridad de la Vida eterna.
Vigilar, estar atentos. Aquí está el quid de la Sabiduría. Una persona puede ser sabia en este orden de
cosas y no brillar precisamente en el mundo de hoy. Una persona puede gustar
internamente del Señor, adorarle en espíritu y en verdad, y no saber ni
siquiera leer y escribir. Y curiosamente a estas personas, por muchos vaivenes
que dé la vida, nunca les falta aceite en la despensa.
Todos hemos conocido personas así, sencillas, sin valores
notables, pero tocadas por el ala de la Sabiduría. Personas que a la hora de la
muerte –muertes dolorosas, prolongadas- estaban listas para el banquete de
bodas. Tenían su lámpara encendida, sobre el celemín, con el brillo limpio de
las buenas obras.
Nadie puede recibir al Señor por nosotros. Nadie. Ni
nuestros padres, ni nuestros maestros, ni nuestros amigos más amigos. Nadie. La
actitud de las vírgenes prudentes, en la parábola de hoy, parece cruel y
egoísta, pero sólo es lógica. Cuando llegue el esposo, no vale volverse a los
vecinos, desesperadamente: “Dame un poco de tu fe, de tu justicia, de tu verdad,
de tu pobreza, de tu amor”. No. No puede ser. Nos lo darían con mucho gusto,
pero es imposible: la lámpara encendida se trata de una cualidad interior,
personal, intransferible, que no puede ser compartida. Nadie puede vigilar por
otro, y cuando se acerque Dios a medianoche, nadie puede ser nuestro fiador.
Hay que estar vigilantes, porque el Esposo llega de
improviso.
Aún tardará en llegar, pensamos; ya tendremos tiempo de
avivar la llama. Y gastamos nuestro aceite alegremente, sin preocupaciones.
Nos adormecemos, dejamos de esperar. Y el Reino llega, de
pronto. Llega el Esposo, empieza el banquete, se cierran las puertas. El grito
de desolación, en estos momentos, es inútil ya: “Señor, Señor, ábrenos”. “No os
conozco”, dirá Jesús. Respuesta terrible, en el Señor de las Misericordias.
Señor, danos la Sabiduría. Danos la Sabiduría eterna, que
es tu Hijo, tu Palabra. Haz que esta Sabiduría nos penetre, nos transforme, nos
dé el sentido de la vida. Danos el Reino, que es la Sabiduría. Que sepamos
vivir, sabiamente, en un clima de espera. Sabiduría, Señor. Que sepamos
buscarla, anhelarla, porque en ese instante llamará a la puerta. Aviva nuestra
lámpara, Señor, y que esta lámpara ilumine a los hermanos; que sea faro. No
sólo un pasaporte para cruzar tu Puerta ¿Cuál es el secreto de una felicidad que no ofenda, sino que ponga en pie a
los que sufren? Que sea una alegría “de pobre”, una felicidad no poseída, sino
compartida ■
[1]
Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) fue un líder religioso alemán que participó en
el movimiento de resistencia contra el nazismo. Bonhoeffer, pastor y teólogo
luterano, fue arrestado y encarcelado. Acusado luego de formar parte, mientras
estaba preso, en los complots planeados por miembros de la Abwehr (Oficina de
Inteligencia Militar) para asesinar a Adolf Hitler, fue finalmente colgado tras
el fallido intento de asesinato del 20 de julio de 1944.
Ilustración: F. W. Schadow (1788–1862), Parábola de las vírgenes sabias y necias, (detalle).