Yo beso agradecido esas tus manos,
las manos de mi Dios, Jesús humano,
ungidas palmas, santas, venerables,
las que en la Cena el vino y pan tomaron.

Yo adoro estremecido con la Iglesia
las manos sensitivas que me amaron,
las manos que crearon cielo y tierra
y en una cruz de amor por mí sangraron.

Las manos que tocaban a los niños
y bendiciendo en ellos se posaron,
las manos de los ojos de aquel ciego,
las manos milagrosas que salvaron.

Tocad, divinas manos, mis oídos,
a mis ardientes labios acercaos;
tocad mi corazón, tocadme entero,
tocadme mis anhelos y pecados.

Ungid de suavidad mi dura carne,
sanadme mis heridas y quebrantos;
divinizadme, manos de Jesús,
que quiero ser Jesús con tal contacto.

Acariciad mi frente con ternura,
y sienta en esta vida ese regalo,
que Dios a mí ha venido en comunión
y adentro está Jesús Resucitado.

La Iglesia escucha, mira, adora:
Jesús mostró las manos y el costado.
Y entonces entregó su intimidad,
muriendo en cruz, ya nada se ha quedado.

Vayamos hasta dentro, más adentro,
que abierta está la puerta del santuario;
allí donde Jesús amaba al Padre,
allí quiere que estemos abrasados.

Santísimo costado de Jesús,
Divino Corazón de mi descanso,
allí me voy y allí me encierro y quedo
pues tú me invitas, Dios enamorado.

Aquí habita Dios, Misericordia,
Amor que fue por solo Dios pensado,
océano infinito para todos,
Amor pascual, de gracia regalado.

Permíteme, Jesús, que yo te diga
con estos ojos y estos míos labios:
Jesús, tú eres mi esposo que me amas,
por eso yo también, Jesús, te amo.

Yo quiero descansar sobre tu pecho,
y de tu amor sentir los puros rayos,
la dulce paz que me embriaga
la fuerza de tu vida, que es mi amparo.

A ti todo mi amor y el de tu Iglesia,
la esposa que has amado sin engaño;
a ti, Jesús bendito, bendición,
a ti la paz y triunfo que has logrado. Amén ■

P. Rufino María Grández, ofmcap, Cuautitlán Izcalli (México),
Domingo octava de Pascua, 23 de abril de 2006

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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