En medio del camino de la vida
la mano del Señor tocó mi frente:
¡Mortal hijo de Adán, detente y entra,
conmigo al corazón sin miedo vente!
Bajé hasta el alma, cueva y paraíso,
tomado de su mano suavemente,
y vi la historia entera en mí bullendo:
al Padre, al Hijo, al Fuego incandescente.
¡Oh alma buscadora!, ve al desierto,
montaña del Señor, dintel celeste,
y ensancha las ventanas a la vida,
amante del amor y de la muerte.
Bañado en la verdad y en dulce llanto,
conócete a ti mismo al conocerle,
¡oh Hombre!, y escucha en tu gemido
un son de paz que desde el cielo viene.
La paz y la justicia Cristo muerto
se abrazan en el alma estrechamente;
rebrota el mundo, firme y vigoroso,
y en mí la Vida vence, oh Tú, perenne.
¡Oh Cristo soberano, Dios perdón,
en cruz ensangrentado, Dios clemente,
te damos gracias, luz que nos revelas
el ser en su verdad con lo que eres! Amén ■
R.M Grándezm OFMC, Febrero 1984.
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