XIX Domingo del Tiempo Ordinario (c)

Hace poco me vovlí a encontrar con esa estupenda conferencia que Teilhard de Chardin pronunció en Pekín en diciembre de 1943, en torno al tema de la felicidad. Según el eminente científico y pensador, se pueden distinguir, de manera general, tres posturas diferentes ante la vida[1].

Están, en primer lugar, los pesimistas. Para estas personas la vida es algo peligroso e incluso malo y lo importante es huir de los problemas, saber defenderse lo mejor posible. Según Teilhard, esta actitud llevada al extremo, conduce al escepticismo oriental o al pesimismo existencialista, sin embargo de forma atenuada aparece en la vida de muchos a través de preguntas como «¿Para qué vivir?», «todo da lo mismo», «¿para qué buscar?»[2].

Están, luego, los vividores que sólo se preocupan de disfrutar de cada momento y de cada experiencia. Su ideal consiste en organizarse la vida de la forma más placentera posible. Esta actitud conduce al hedonismo[3]. La vida es placer, y si no, no es vida.

Finalmente están –usando el mismo término que el autor- les ardents, (los ardientes) personas que entienden la vida como crecimiento constante. Siempre buscan algo más, algo mejor. Para ellos, la vida es inagotable. Un descubrimiento en el que siempre se puede avanzar.

A estas tres actitudes diferentes ante la vida corresponden, según Teilhard de Chardin, tres formas diferentes de entender y buscar la felicidad. Los pesimistas entienden la felicidad como tranquilidad. Es lo único que buscan. Huir de los problemas, los conflictos y compromisos. La felicidad se encuentra, según ellos, huyendo hacia la tranquilidad.

Los vividores entienden la felicidad como placer. Lo importante de la vida es saborearla. La meta de la existencia no puede ser otra que el disfrutar de todo placer. Ahí se encuentra la verdadera felicidad.

Los ardientes, por su parte, entienden la felicidad como crecimiento. En realidad, no buscan la felicidad como algo que hay que conquistar. La felicidad se experimenta cuando la persona vive creciendo y desplegando con acierto su propio ser. Así, un hombre feliz es aquél que sin buscar directamente la felicidad encuentra inevitablemente la alegría, como añadidura, en el hecho mismo de ir caminando hacia su plenitud, hacia su realización, hacia delante.

Quizá éstas ideas del padre de Chardin nos ayuden en éste domingo –el XIX del Tiempo Ordinario- a entender mejor ése donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón, del evangelio[4], a cuestionar nuestra actitud ante el reto de construir el reino de Dios en la tierra. ¿Quién persigue el reino de Dios por encima de todo? ¿Quién es hoy capaz de decir que su tesoro está en ser fiel a su fe hasta el máximo de las exigencias que esta fe le impone?

Todos conocemos la imagen del buscador de oro. Sin tregua ni descanso, por encima de los elementos y de los fracasos, más allá de la penalidad y de la desilusión, volviendo cada día sobre su propia angustia, el buscador de oro sigue cavando convencido de que en un golpe de martillo saldrá la chispa brillante que iluminará el resto de su vida. Ahí está su tesoro y ahí está su corazón. Ahí está su fe viva y operante, activa y enérgica.

¿Somos así los cristianos en relación al Reino de Dios? Me temo que no. Pero podríamos hacer hoy una experiencia interesante. En lugar de marcharnos a casa, después de haber escuchado una vez más esta página del Evangelio, atrevernos a preguntar sinceramente como Pedro: Señor, ¿esta parábola la has dicho por todos o también por nosotros?[5] La pregunta tiene sus riesgos. Quizá en el fondo de nuestro ser escuchemos una voz clara, fuerte, contundente: Esto lo he dicho por ti


[1] Pierre Teilhard de Chardin S.J. (1881-1955) fue un religioso, paleontólogo y filósofo francés que aportó una muy personal y original visión de la evolución. Miembro de la Compañía de Jesús (jesuitas), su concepción de la evolución, considerada ortogenista y finalista, equidistante en la pugna entre la ortodoxia religiosa y científica, propició que fuese atacado por la una e ignorado por la otra. Suyos son los conceptos Noosfera (que toma prestado de Vernadsky) y Punto Omega.
[2] Cfr J.A. Pagola, Sin Perder la Dirección. Escuchando a S.Lucas. Ciclo C,  SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 95 s.
[3] La escuela cirenaica fue una escuela filosófica fundada por Aristipo de Cirene, discípulo de Sócrates, en el siglo V a. C., emparentada con las escuelas megárica y cínica; su doctrina fue bautizada generalmente como Hedonismo, aunque esta escuela se descompuso en diversas ramas que llevaron a algunos a distinguir entre cireneos (seguidores de Arístipo), hegesíacos (seguidores de Hegesías), anicerios (seguidores de Aníceris) y teodorios (seguidores de Teodoro, el Ateo).
[4] Cfr Lc 12, 32-48.
[5] v. 41

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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