La confesión de nuestra fe en un solo Dios en Tres Personas la recordamos de modo especial en este domingo en que celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Si ponemos atención en las lecturas que van apareciendo a lo largo del año litúrgico nos daremos cuenta que el Nuevo Testamento va poco a poco presentando a un Dios único y al mismo tiempo distinto. Dicho de otra forma: a través de las actuaciones de Dios en la vida del hombre nos acercamos a su manera de ser y aunque no lleguemos a entenderlo podemos intuir toda la profundidad de su misterio[1].
Lo primero a lo que nos podemos respetuosa y silenciosamente acercar es al hecho de que Dios se nos ha mostrado como padre que nos ha dado la vida por amor, y que cuida de nosotros como hace un padre por sus hijos. Este Dios, al llegar la plenitud de los tiempos[2], envió a su propio hijo que, a diferencia de los demás hombres que son también hijos de Dios, lo es de un modo total y perfecto. También podemos comprender que a lo largo de la historia Dios se nuestra como Padre, como Hijo y como Espíritu de Amor: Dios es un solo Dios, pero no es un Dios solitario, sino un Dios que es tan grande que se realiza en tres personas que son iguales y al mismo tiempo distintas. Esta realidad, que nunca llegaremos a comprender totalmente, es lo que llamamos el misterio de la Stma Trinidad.
Dios nos ha revelado algo de su íntima naturaleza, sin embargo no lo ha hecho para que nosotros nos rompamos la cabeza al más puro estilo de san Agustín intentando comprender cómo es posible que las tres personas divinas no sean tres dioses, o intentando entrar en la propia intimidad de Dios. Dios nos ha dicho como es, no para que nosotros sepamos cosas acerca de Él, sino para que lo imitemos.
Así, una de las cosas más prácticas –si se puede hablar así- de ésta fiesta de la Santísima Trinidad es comprender que Dios no es un ser solitario, aislado en su propia perfección, sino que en su interior existe una vida de amor y de comunidad, una comunidad que se parece mucho –servatis servandis[3]- a la comunidad básica a la que pertenecemos los cristianos: la parroquia.
Nuestra vida de hombres y de cristianos debe ser también comunitaria: no podemos vivir aislados de los demás. Esto quiere decir que no hay verdadero yo sin un auténtico nosotros. No es posible la persona sin las otras personas. Creer es construir la comunidad y en concreto la comunidad parroquial. Todo lo que sabemos de Dios lo sabemos a través de las obras que ha hecho por nosotros. Podemos resumir la obra de Dios diciendo que ha sido una obra de entrega a los hombres: el Padre nos ha regalado a su propio Hijo, y el Padre y el Hijo nos han comunicado su mismo Amor, el gran don del Espíritu Santo.
Con un profundo respeto y con la preocupación de pastor, me atrevo a preguntarte hoy ¿qué tan fuerte es tu relación con la parroquia? ¿le prestas tu tiempo y tus recursos a Dios a través de tu comunidad parroquial, o por el contrario vives encerrado en tu grupo eclesial que, si bien ha sido aprobado por la autoridad de la Iglesia vive al margen de la vida de la parroquia? «La comunidad parroquial –son palabras de Juan Pablo II- es el corazón de la vida litúrgica; es el lugar privilegiado de la catequesis y de la educación en la fe[4]. En la parroquia se lleva a cabo el itinerario de la iniciación y de la formación para todos los cristianos. ¡Cuán importante es redescubrir el valor y la importancia de la parroquia como lugar donde se transmiten los contenidos de la tradición católica![5]
También nosotros debemos gastar nuestra vida al servicio de los hombres; también nosotros debemos entregar a nuestro hermano aquello que más amemos y apreciemos, incluso debemos estar dispuestos a entregarles lo que vale más que cualquier otra cosa: nuestra propia vida. Así seremos imitadores de Dios, tal como Jesús nos aconseja: sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre del cielo[6]. Así será verdad que creemos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espiritu Santo ■
[1] La Trinidad es la creencia central sobre la naturaleza de Dios del cristianismo católico, del cristianismo ortodoxo y de la mayoría de las confesiones protestantes. Afirma que Dios es un ser único que existe simultáneamente como tres personas distintas o hipóstasis, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el año 215 d. C., Tertuliano fue el primero en usar el término Trinidad (aunque algunos autores difieren y afirman que Teófilo fue el primero en usar este término y Tertuliano lo acuñó). Tertuliano diría en Adversus Praxeam II que "los tres son uno, por el hecho de que los tres proceden de uno, por unidad de substancia".
[2] Cfr Gal 4,4.
[3] Es decir, respetando lo que se debe respetar.
[4] Cfr Catecismo de la Iglesia católica, n. 2226
[5] S.S. Juan Pablo II, Discurso a la plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos del 21.XI.1998.
[6] Mt 5. 48
Ilustración: S. Boticelli, La visión de San Agustín (1488), tempera sobre madera (20x38cm), Galleria degli uffizi (Florencia).
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