Me recordaba el otro día una amiga a la que quiero mucho lo inagotable que es esta hermosa religión cristiana nuestra. Da para todos –decía- da para todo; es una pena que muchos la cuadriculen y desgasten. Es verdad. Hoy, fiesta de la Epifanía del Señor hemos de hacer un esfuerzo por darle a ésta fiesta llena de luz su auténtico significado. Como tantas otras esta celebración –llamada vulgarmente día de Reyes- se ha comercializado hasta el extremo. De ahí la urgencia y el esfuerzo que tenemos que hacer para recuperar su sentido originario[1].
Para los creyentes la Epifanía es el otro nombre que recibe la Navidad, el nombre que le dieron las iglesias orientales desde el principio. Si la Navidad, fiesta de origen latino, alude al nacimiento: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros[2], la Epifanía significa manifestación, y nos recuerda la idea de alumbramiento, de dar a luz: hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad[3]. Por lo tanto la metáfora bíblica de esta fiesta es la luz. Por el nacimiento de Jesús en Belén creemos que la Verdad de Dios, la Palabra, es un hecho, una vida, y no sólo una doctrina.
Por la manifestación del Señor reconocemos que esa vida, ese nacimiento, trasciende el marco doméstico y familiar y pertenece a la historia de salvación. El Hijo de María es noticia, o mejor dicho: la Buena Noticia para todos.
Jesús nace en Belén para todos los hombres, para los cercanos y para los lejanos, para los judíos y para los gentiles, para los pastores y para los magos que vienen de oriente. No hay acepción de personas. Sin embargo, los primeros en recibirlo son aquellos que nada tienen: los pastores, y esto para que se vea que a los pobres se les anuncia el reino de Dios, como había dicho el profeta Isaías y como el mismo Mateo pone en labios de Jesús[4].
Después vienen los magos guiados, por una estrella. Esa estrella es la debe conducirnos a todos, la que nos saca de casa, de las certezas humanas y demasiado humanas, pero sobre todo de la pretensión de poseer la verdad. Es la pregunta que busca y nos pone en camino más allá de nuestros prejuicios e intereses, no el interrogatorio que inquiere y persigue, es la fides quaerens intellectum, que diría San Anselmo[5]. Es la pregunta en la que se formula el deseo y la esperanza no el interrogatorio en que se pone en guardia el recelo y el miedo. Herodes interroga a los magos y termina persiguiendo a los niños inocentes. Los magos preguntan, Herodes se sobresalta y, con él, toda la ciudad de Jerusalén[6], pero los magos se llenan de inmensa alegría al salir de esa ciudad y ver de nuevo la estrella.
Para hallar la verdad que nace en Belén de Judá, hay que salir de los muros y de los convencionalismos, guiados por esa estrella, por esa pregunta, que nos hace peregrinos y mendigos de la verdad, hambrientos de ella y no poseedores y satisfechos de nuestras pobres verdades.
Aquellos que se creen en posesión de la verdad, que lo único que hacen es enseñar sus verdades a los demás y mirándolos por encima del hombro, son la contradicción manifiesta de la estrella de los magos. Éstos dejaron atrás su sabiduría para buscar la sabiduría de Dios. No fueron a Belén cargados de razón, sino preocupados y encaminados por una pregunta. Se acercaron al pesebre de Belén para contemplar la verdad hecha carne, no para llevar a su escuela al hijo de María y José.
Para los creyentes la Epifanía es el otro nombre que recibe la Navidad, el nombre que le dieron las iglesias orientales desde el principio. Si la Navidad, fiesta de origen latino, alude al nacimiento: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros[2], la Epifanía significa manifestación, y nos recuerda la idea de alumbramiento, de dar a luz: hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad[3]. Por lo tanto la metáfora bíblica de esta fiesta es la luz. Por el nacimiento de Jesús en Belén creemos que la Verdad de Dios, la Palabra, es un hecho, una vida, y no sólo una doctrina.
Por la manifestación del Señor reconocemos que esa vida, ese nacimiento, trasciende el marco doméstico y familiar y pertenece a la historia de salvación. El Hijo de María es noticia, o mejor dicho: la Buena Noticia para todos.
Jesús nace en Belén para todos los hombres, para los cercanos y para los lejanos, para los judíos y para los gentiles, para los pastores y para los magos que vienen de oriente. No hay acepción de personas. Sin embargo, los primeros en recibirlo son aquellos que nada tienen: los pastores, y esto para que se vea que a los pobres se les anuncia el reino de Dios, como había dicho el profeta Isaías y como el mismo Mateo pone en labios de Jesús[4].
Después vienen los magos guiados, por una estrella. Esa estrella es la debe conducirnos a todos, la que nos saca de casa, de las certezas humanas y demasiado humanas, pero sobre todo de la pretensión de poseer la verdad. Es la pregunta que busca y nos pone en camino más allá de nuestros prejuicios e intereses, no el interrogatorio que inquiere y persigue, es la fides quaerens intellectum, que diría San Anselmo[5]. Es la pregunta en la que se formula el deseo y la esperanza no el interrogatorio en que se pone en guardia el recelo y el miedo. Herodes interroga a los magos y termina persiguiendo a los niños inocentes. Los magos preguntan, Herodes se sobresalta y, con él, toda la ciudad de Jerusalén[6], pero los magos se llenan de inmensa alegría al salir de esa ciudad y ver de nuevo la estrella.
Para hallar la verdad que nace en Belén de Judá, hay que salir de los muros y de los convencionalismos, guiados por esa estrella, por esa pregunta, que nos hace peregrinos y mendigos de la verdad, hambrientos de ella y no poseedores y satisfechos de nuestras pobres verdades.
Aquellos que se creen en posesión de la verdad, que lo único que hacen es enseñar sus verdades a los demás y mirándolos por encima del hombro, son la contradicción manifiesta de la estrella de los magos. Éstos dejaron atrás su sabiduría para buscar la sabiduría de Dios. No fueron a Belén cargados de razón, sino preocupados y encaminados por una pregunta. Se acercaron al pesebre de Belén para contemplar la verdad hecha carne, no para llevar a su escuela al hijo de María y José.
Si la Palabra de Dios se hace carne entre los pobres y sencillos, y estos son los primeros en escuchar la buena nueva del Evangelio, hemos entonces de acercarnos a ellos con más preguntas que respuestas. Con el ánimo de aprender lo que realmente importa a los ojos de Dios; de ver en su vida, en su lucha, cómo se abre camino y se hace carne la promesa de Dios.
Aquellos magos que llegan hasta Belén nos representan a todos –en esto resulta muy acertada la intuición popular, que atribuye a cada uno de los magos una raza diferente. La Epifanía se convierte en la fiesta de la universalidad de la salvación y, por tanto, de la catolicidad de la Iglesia. Universalidad y catolicidad que en modo alguno significa uniformidad, sino que respeta y promueve las ricas diferencias de raza, lengua y cultura ■
Aquellos magos que llegan hasta Belén nos representan a todos –en esto resulta muy acertada la intuición popular, que atribuye a cada uno de los magos una raza diferente. La Epifanía se convierte en la fiesta de la universalidad de la salvación y, por tanto, de la catolicidad de la Iglesia. Universalidad y catolicidad que en modo alguno significa uniformidad, sino que respeta y promueve las ricas diferencias de raza, lengua y cultura ■
[1] La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. En Egipto y Arabia se celebraba el solsticio de invierno en el año 361.Ya en el siglo XV existía en Florencia una hermandad denominada la "Compagnia dei Magi" se trataba de una de las congregaciones más importantes de la ciudad. Esta hermandad imitaba cada cinco años el viaje de los Reyes Magos por las calles de Florencia, encuadrándose entre los episodios más suntuosos de la ciudad toscana.
[2] Jn 1, 14.
[3] Id. 15.
[4] Cfr Mt, 11, 2-11
[5] La fe que busca entender.
[6] Cfr Mt 2, 2.
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