Uno de los recuerdos más fuertes de mi Ordenación Episcopal en San Cristóbal de las Casas fue la ofrenda que hicieron los hermanos tsotsiles[1]: llevaron hasta el altar un borreguito vivo. A todos les causó muy buena impresión y no faltaron las sonrisas y hasta algún comentario sobre la ofrenda tan especial. Uno de los hermanos que lo llevaban me dijo unas palabras en tsotsil: “Queremos que nos cuides y nos protejas como un verdadero pastor. Que no dejes que nos coma el coyote. Que busques nuestro alimento y que nos mantengas unidos”, me tradujo otro hermano.
Después, fui conociendo un poco más de las costumbres y realidades, sobre todo del pueblo tsotsil; cómo el pastor, con frecuencia pastorcita, se pasa todo el día acompañando a sus borregos, no importa si llueve, hace calor o frío. Todo el día los cuidan, viven con ellos, les ponen nombre… gastan su vida con ellos. Esto como los buenos pastores de todo el mundo. Pero lo que hacen diferente es que no los comen. Aprovechan su lana, pero no los matan para comérselos. Ciertamente, ya va entrando en la mayoría de los pueblos el consumismo, y ya algunas comunidades hacen ricas barbacoas, pero quedan muchas comunidades que tienen otro sentido del cuidado y utilidad del borreguito.
Por eso este domingo llamado del “Buen Pastor”, vienen a mi memoria estas imágenes y resuenan en mi mente las palabras de quienes llevaron la ofrenda. Y hacen que me cuestione sobre mi servicio de pastor. ¿Cómo cuido a cada uno de ellos? ¿Cómo los conozco? ¿Cómo doy la vida por ellos? ¿Cómo fomento la unidad entre ellos? ¿Cómo cuido sus derechos a la vida, a la educación?
Cristo es el único y verdadero Pastor y solamente Él es quien nos cuida, nos conoce a todos y nos protege. En la persona de Cristo se identifican las imágenes del cordero siervo de Yahvé y del pastor-guía de su pueblo. Con la primera imagen se expresa la cercanía con nosotros, por la cual el Hijo de Dios quiere asemejarse en todo a sus hermanos, asumir su destino hasta la muerte, derramando su Sangre inocente por nosotros. En la segunda se expresa el amor misericordioso de Dios que Cristo manifiesta vivamente en su persona, muy diferente de los otros líderes religiosos y políticos de su pueblo que se presentaban como pastores en nombre de Dios.
Cristo, en el pequeño texto que leemos hoy, nos presenta un verdadero programa para los pastores: Las conozco… escuchan mi voz… Yo les doy la vida… Y verdaderamente que Él lo cumple a la perfección: conoce a las personas y las acepta, las defiende, no quiere que ninguna se pierda, les da la vida eterna y, finalmente, ofrece su propia vida por ellos. No ha rehuido ningún trabajo: se ha entregado generosamente por todos.
Al decir Cristo que “sus ovejas escuchan su voz”, vendría el primer cuestionamiento fuerte que debemos ponernos en este día: ¿Cómo escuchamos la voz de Cristo? ¿Cómo seguimos su Palabra y su ejemplo? Si queremos ser seguidores de Jesús, no se trata sólo de estar bautizados, sino de creer en Él, escuchar su voz, tratar de que nuestra mentalidad se parezca a la suya. No sólo cuando el camino es fácil, sino también “en la gran tribulación” de la que habla el Apocalipsis. En el tramo difícil es cuando más se reconoce al buen pastor y cuando Cristo Resucitado se nos manifiesta más cercano.
Y viene una segunda pregunta que ya insinuaba al principio. Siendo Cristo el único y verdadero, todos nosotros, en una u otra medida, tenemos la obligación de cuidar y proteger a quienes en cierto sentido nos han sido confiados. Todos nosotros somos “pastores” y debemos tener las mismas características de Jesús: conocer, escuchar, dar la vida. Buen examen para todos nosotros. Los padres de familia tendrán en Cristo el mejor ejemplo de cómo conocer a sus hijos. En un mundo tan acelerado, con frecuencia los papás son los últimos que conocen de verdad a sus hijos, no se escuchan mutuamente y cada quien lleva una vida donde, en el mejor de los casos, no haya interferencias y no se estorben mutuamente. Pero no hay una cercanía, un acompañamiento… ¡No hay tiempo! O… ¿no habrá interés?
Al interior de la Iglesia, también cada uno de nosotros tenemos un ministerio o una vocación. Siempre la vocación, cualquiera que sea, será para nutrir a la comunidad, para fortalecerla, para unirla y darle vida. Todos los ministerios son importantísimos, y nadie debe refugiarse en el anonimato para rehuir su propia responsabilidad. Catequistas, Religiosas, Religiosos, Sacerdote, Ministros, hombres y mujeres… todos tienen una misión importantísima dentro de la Iglesia y de la comunidad. La imagen que debemos reproducir es la de Cristo cordero y pastor. El que sirve, el que cuida y el que da la vida.
También se ha escogido este día para la celebración de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Y aprovecho este espacio para dos peticiones. La primera es hacer una invitación a todos los jóvenes a que piensen muy bien cuál es su vocación, su misión en el lugar, el tiempo y las circunstancias que Dios les ha regalado. Que sean generosos y respondan con alegría al llamado de Dios. Necesitamos verdaderos pastores en todos los ámbitos. Claro que si alguno quiere decidirse por seguir a Jesús en el Sacerdocio o en la vida religiosa, el Señor lo está llamando para que responda a este llamado. La segunda petición es que hagamos oración. Oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas, por las vocaciones al Diaconado y al servicio ministerial. Oración por quienes ya están en este servicio, para que nunca corrompan su ministerio, sino que se conserven fieles a la imagen del Buen Pastor ■ Mons. Enrique Díaz, Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas[2].
Después, fui conociendo un poco más de las costumbres y realidades, sobre todo del pueblo tsotsil; cómo el pastor, con frecuencia pastorcita, se pasa todo el día acompañando a sus borregos, no importa si llueve, hace calor o frío. Todo el día los cuidan, viven con ellos, les ponen nombre… gastan su vida con ellos. Esto como los buenos pastores de todo el mundo. Pero lo que hacen diferente es que no los comen. Aprovechan su lana, pero no los matan para comérselos. Ciertamente, ya va entrando en la mayoría de los pueblos el consumismo, y ya algunas comunidades hacen ricas barbacoas, pero quedan muchas comunidades que tienen otro sentido del cuidado y utilidad del borreguito.
Por eso este domingo llamado del “Buen Pastor”, vienen a mi memoria estas imágenes y resuenan en mi mente las palabras de quienes llevaron la ofrenda. Y hacen que me cuestione sobre mi servicio de pastor. ¿Cómo cuido a cada uno de ellos? ¿Cómo los conozco? ¿Cómo doy la vida por ellos? ¿Cómo fomento la unidad entre ellos? ¿Cómo cuido sus derechos a la vida, a la educación?
Cristo es el único y verdadero Pastor y solamente Él es quien nos cuida, nos conoce a todos y nos protege. En la persona de Cristo se identifican las imágenes del cordero siervo de Yahvé y del pastor-guía de su pueblo. Con la primera imagen se expresa la cercanía con nosotros, por la cual el Hijo de Dios quiere asemejarse en todo a sus hermanos, asumir su destino hasta la muerte, derramando su Sangre inocente por nosotros. En la segunda se expresa el amor misericordioso de Dios que Cristo manifiesta vivamente en su persona, muy diferente de los otros líderes religiosos y políticos de su pueblo que se presentaban como pastores en nombre de Dios.
Cristo, en el pequeño texto que leemos hoy, nos presenta un verdadero programa para los pastores: Las conozco… escuchan mi voz… Yo les doy la vida… Y verdaderamente que Él lo cumple a la perfección: conoce a las personas y las acepta, las defiende, no quiere que ninguna se pierda, les da la vida eterna y, finalmente, ofrece su propia vida por ellos. No ha rehuido ningún trabajo: se ha entregado generosamente por todos.
Al decir Cristo que “sus ovejas escuchan su voz”, vendría el primer cuestionamiento fuerte que debemos ponernos en este día: ¿Cómo escuchamos la voz de Cristo? ¿Cómo seguimos su Palabra y su ejemplo? Si queremos ser seguidores de Jesús, no se trata sólo de estar bautizados, sino de creer en Él, escuchar su voz, tratar de que nuestra mentalidad se parezca a la suya. No sólo cuando el camino es fácil, sino también “en la gran tribulación” de la que habla el Apocalipsis. En el tramo difícil es cuando más se reconoce al buen pastor y cuando Cristo Resucitado se nos manifiesta más cercano.
Y viene una segunda pregunta que ya insinuaba al principio. Siendo Cristo el único y verdadero, todos nosotros, en una u otra medida, tenemos la obligación de cuidar y proteger a quienes en cierto sentido nos han sido confiados. Todos nosotros somos “pastores” y debemos tener las mismas características de Jesús: conocer, escuchar, dar la vida. Buen examen para todos nosotros. Los padres de familia tendrán en Cristo el mejor ejemplo de cómo conocer a sus hijos. En un mundo tan acelerado, con frecuencia los papás son los últimos que conocen de verdad a sus hijos, no se escuchan mutuamente y cada quien lleva una vida donde, en el mejor de los casos, no haya interferencias y no se estorben mutuamente. Pero no hay una cercanía, un acompañamiento… ¡No hay tiempo! O… ¿no habrá interés?
Al interior de la Iglesia, también cada uno de nosotros tenemos un ministerio o una vocación. Siempre la vocación, cualquiera que sea, será para nutrir a la comunidad, para fortalecerla, para unirla y darle vida. Todos los ministerios son importantísimos, y nadie debe refugiarse en el anonimato para rehuir su propia responsabilidad. Catequistas, Religiosas, Religiosos, Sacerdote, Ministros, hombres y mujeres… todos tienen una misión importantísima dentro de la Iglesia y de la comunidad. La imagen que debemos reproducir es la de Cristo cordero y pastor. El que sirve, el que cuida y el que da la vida.
También se ha escogido este día para la celebración de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Y aprovecho este espacio para dos peticiones. La primera es hacer una invitación a todos los jóvenes a que piensen muy bien cuál es su vocación, su misión en el lugar, el tiempo y las circunstancias que Dios les ha regalado. Que sean generosos y respondan con alegría al llamado de Dios. Necesitamos verdaderos pastores en todos los ámbitos. Claro que si alguno quiere decidirse por seguir a Jesús en el Sacerdocio o en la vida religiosa, el Señor lo está llamando para que responda a este llamado. La segunda petición es que hagamos oración. Oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas, por las vocaciones al Diaconado y al servicio ministerial. Oración por quienes ya están en este servicio, para que nunca corrompan su ministerio, sino que se conserven fieles a la imagen del Buen Pastor ■ Mons. Enrique Díaz, Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas[2].
[1] El tsotsil es una de las 31 lenguas mayas que tiene más dos mil años y actualmente es hablada por unas 300.000 personas, de las cuales muchas se marcharon de la zona después de que el huracán Mitch devastara en 1998 sus tierras chiapanecas.
[2] Mons. Díaz, nació en Huandacareo el 13 de junio de 1952, fue ordenado Sacerdote el 10 de octubre de 1977. Su Santidad Juan Pablo II lo nombra el 30 de abril de 2003 Obispo Auxiliar de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, y es consagrado el 10 de julio de ese mismo año. Para el Trienio 2004 - 2006 fungió como Vocal de las Comisiones Episcopales de Pastoral Bíblica y de Ministerios Laicales y Diaconado Permanente. Electo Responsable de la Dimensión Ministerios Episcopales de la Comisión Episcopal Para Vocaciones y Ministerios para el Trienio 2007-2009. .
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