VII Domingo del TIempo Ordinario

En el último domingo antes de la Cuaresma, el evangelio narra la aventura de aquellos cuatro que quitando el techo de la casa bajan al paralítico y lo ponen delante de Jesús[1]. El evangelio no menciona el término amigo o amigos, pero está claro que lo eran y que aquel que yacía en la camilla se beneficia de su ayuda. Hoy, al escribir sobre ellos –sobre mis amigos- podría mencionar no a cuatro, sino a cuatrocientos (por lo menos) que han cargado mi camilla. La semana pasada les decía a los que habían cambiado de camino que me alegraba con ellos, y que si han sido leales a su conciencia y a la Verdad, no se sintieran nunca ni traidores ni infelices; que Dios permite –¡tantas veces!- rectificar el rumbo para que se vea que es Él y nada más que Él quien dirige la barca de nuestra vida.

Los amigos: la familia que uno escoge. Entre amigos no se busca la utilidad, sino que a ella—a la amistad—se va más para dar que para recibir, nada perfecciona tanto a un ser como dar a otro lo mejor de sí mismo, mucho más cuando se trata de la misma fe. Una verdadera amistad es la que enriquece a los dos amigos, aquella en la que uno y el otro dan lo que tienen, lo que hacen y, sobre todo, lo que son. Por eso ser un buen amigo y encontrar un buen amigo son las dos cosas más difíciles del mundo: porque suponen la renuncia a dos egoísmos y la suma de dos generosidades. Suponen, además y sobre todo, un doble respeto a la libertad del otro, esto sí que es un simple milagro.

La verdadera amistad—la idea es de Laín Entralgo[2]—consiste en dejar que el amigo sea lo que él es y quiere ser, ayudándole delicadamente a que sea lo que debe ser. ¡Y qué difícil esta frontera que limita al Norte con el respeto y al Sur con el estímulo y ¡qué enriquecedora esa amistad que maduran los años y en la que nos sentimos libres y sostenidos, aceptados tal y como somos!

El mejor ejemplo que jamás podremos tener es el Señor mismo, que nos enseña a querer a los amigos, sin embargo antes nos pide que le queramos a Él por encima de todo[3]. El tono mismo de su predicación es siempre una petición de amor que esté por encima de todo.

Al final, Él mismo se pone como ejemplo: la Cruz es la manifestación de ese amor suyo. El amor del bueno es el que pasa por encima del peligro de la persecución y de la pérdida de cualquier beneficio.

De San Dimas la verdad es que sabemos poco, y además casi todo es negativo: que era un ladrón, que fue condenado a muerte y que murió crucificado. Es lo que se suele decir una vida desastrosa, que acaba desastrosamente[4]. Sin embargo, de él se dice algo que es verdaderamente noble, y que encandila al mismo Jesucristo: cuando al Señor le atacaba todo el mundo y estaba vencido, aplastado, sin poder ofrecer ningún beneficio a nadie, Dimas realizó un gesto de una grandeza que ensalza toda una vida, sale en defensa del bueno que ha sido injustamente condenado[5].

Los que hemos experimentado andar en boca de muchos y que se afirmen cosas de nosotros que no son ciertas, sabemos lo que supone que alguien alce la voz en nuestra defensa. Eso es un amigo. Y es algo que no se olvida, porque participa directamente de la grandeza del Dios hecho hombre: dar la vida por el amigo. Es la nobleza que brilla en el gesto de Todd Anderson al final de la película La Sociedad de los Poetas Muertos[6], cuando despreciando las advertencias del director, se pone sobre su mesa y exclama !Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!. No importa que lo expulsen del colegio, o que le grite una autoridad absoluta: su queridísimo maestro estaba siendo injustamente expulsado y él tenía que dar testimonio de su lealtad.

Dentro de algunas semanas la Iglesia celebrará los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor y nos invitará a contemplar aquel amor supremo que lleva a Jesús a dar todo por los que ama. Una nueva oportunidad para examinarnos el amor por nuestros amigos, para preguntarnos a cuántos les vamos cargando la camilla hasta ponerlos delante del Señor y si de verdad les somos leales ■

[1] Mc 2, 1-12.
[2] Pedro Laín Entralgo, (1908-2001). Médico y escritor español. Historiador de la Medicina. Doctor en Medicina y licenciado en Ciencias Químicas, ocupó la cátedra de Historia de la Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Fue miembro de la Real Academia Española, de la que fue director, de la Real Academia Nacional de Medicina y de la Real Academia de la Historia. En 1991 recibió el V Premio Internacional Menéndez Pelayo.
[3] Cfr Mt 16, 25; Mc 8, 36; Lc 9, 24-25; Jn 12, 25.
[4] En la Iglesia Ortodoxa Rusa, tanto las cruces como los crucifijos se representan con tres barras horizontales, la más alta es el titulus crucis (la inscripción que Poncio Pilatos mandó poner sobre la cabeza de Cristo en latín, griego y hebreo: "Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos"), la segunda más larga representa el madero sobre el que fueron clavados las manos de Jesús y la más baja, oblicua, señala hacia arriba al Buen Ladrón y hacia abajo al Mal Ladrón.
[5] Cfr. A. Ruiz Retegui, Dar la vida por los amigos (1999).
[6] Basada en un impecable guión de Tom Schulman, ganador del Oscar en 1990, La sociedad de los poetas muertos expone el despertar adolescente al placer del lenguaje poético, al romanticismo, la búsqueda de la identidad y la canalización de las posibilidades vocacionales. El profesor hace referencia a una poesía homónima de Walt Whitman (Oh captain, my captain) en la que el poeta negro lloraba la muerte de Abraham Lincoln (mi gran amigo Roberto Arellano es quien ha hecho ésta acertadísima contribución. Gracias RAC: la homilía está escrita pensando en amigos como tú. Tú y Claudia son de ésos amigos que durante mucho tiempo me han cargado la camilla y han salido a defenderme ¡gracias!)
Ilustración: Rehearsal dinner en la boda de Kike y Yammile. Acapulco (México) , mayo del 2008.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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