Celebramos en la Iglesia la fiesta de la conversión de San Pablo, justo a la mitad del año que su Santidad Benedicto XVI ha querido dedicar al apóstol de los gentiles.
Rios de tinta han corrido en torno al célebre pasaje del aguijón de la carne al que San Pablo menciona en la segunda de sus cartas a los cristianos de Corinto[2]. A lo largo de los siglos muchos han querido ver en éste aguijón algo relacionado con la castidad o la sexualidad. La Biblia de Jerusalén, siempre sobria, al comentar éste versículo, afirma: «quizá una enfermedad de ataques agudos e imprevisibles; quizá la resistencia de Israel, los hermanos de Pablo según la carne, a la fe cristiana»[3].
La sexualidad es un asunto muy complejo y conviene que esté donde tiene que estar, que es en las raíces. Sacralizarla y ponerla en un primer sitio o prestarle demasiada atención es un error muy grave. In medio, virtus, que decían los latinos.
Hombres y mujeres vivimos en un cuerpo, cada uno el suyo, y cada uno con su carácter, sus afectividades, sus sensibilidades y sus rarezas, por tanto la sexualidad se concreta en cada uno de modos muy diferentes y no siempre sabemos el por qué de todos esos modos. A la sexualidad le afecta todo: el tiempo, la cultura, la música, la religión, la herencia, la familia, la educación, las hormonas, los olores, los colores[4].
Sin embargo, la sexualidad permanece en orden cuando está rodeada del Amor -con mayúscula- que es el amor de Dios. Amor que necesitamos precisamente porque el amor humano se desordena, aunque luego se serene.
También viene un desajuste en la sexualidad cuando uno rompe su propia biografía afectiva. Por eso, si uno –y hablo por los que hemos escogido el camino del sacerdocio ministerial- no es capaz de amores universales en celibato, si no puede amar sin nombres y apellidos, si necesita de miradas, caricias, cara y ojos, que se prepare porque le asaltarán un cortejo de sensaciones, tendencias y deseos tan anónimos como impulsivas: inquietudes, miedos, entusiasmos primarios, tristezas, ansiedades, furia, fuego. Mensajes cifrados que indican cómo están yendo las cosas, cual es el resultado del choque de nuestros deseos con la realidad. Y si se choca mucho, se rebota contra el suelo. Y luego viene el subir en un desesperado intento de huir de ese suelo sucio, y así mal irán las cosas. Nos estamos mintiendo.
Muchos jóvenes –y también alguno menos joven- que empiezan a caminar por el camino del amor se preguntan si pueden entonces llegar a querer a una persona bien y limpiamente o si la castidad será un aguijón como muchos han pensado y sugerido a lo largo de la historia
Entre todas las cosas que cambian, lo que menos cambia es el hombre. Todo ha cambiado a nuestro alrededor: conocemos los secretos del átomo, del genoma, de los embriones, hemos tocado la luna y alcanzado planetas lejanos; nuestros aviones han franqueado la barrera del sonido; un agricultor produce mil veces más de trigo que cualquiera de sus antepasados juntos; nuestros coches de hoy mañana son una antigüedad, conocemos la cara de nuestros presidentes que en otros tiempos se trataba como a dioses, sus arrugas, sus vicios y sus miedos ¡todo cambia!.
Pero, ¿y nuestro conocimiento de nosotros mismos? Ni nuestras virtudes ni nuestros vicios han cambiado un ápice. ¿Estamos menos dominados por nuestras pasiones, afectos, pulsiones, angustias o miedos que cualquiera otro de cualquier otro tiempo o cultura? ¿Estamos más próximos a Dios que cualquiera de los santos de los siglos anteriores? Nuestros filósofos, ¿son más geniales que Aristóteles, los poetas más que Homero o los escultores más que Fidias?. Leer la cosmología de Dante nos hace gracia –el cielo representado como un escalonamiento de bóvedas-, pero cuando el propio Dante describe los arrebatos y los tormentos del amor, los enamorados de hoy se reconocen en sus versos y tiemblan, como estremece Shakespeare, Cervantes, Sthendal y tantos otros. Como conmueven los sonetos de amor de Quevedo o la poseía de Gracilazo.
Miles de millones personas han cantado canciones de amor de miles de millones de maneras con miles de millones de historias tan parecidas a las que a todos nos han sucedido. Hace poco alguien me contaba algo: «de pronto, él buscó mi mano y yo la suya: fue un momento mágico, como si una suerte de electricidad muy potente se canalizara a través de de nuestras manos. Experimenté una sensación nueva, única, inexpresable y, a la vez, muy grata»[5]“. Fantástico recuerdo, que es algo más que un recuerdo, y que a quien más quien menos le ha sucedido de otras maneras, las reconoce y valora. La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta: el amor nos hace ver la grandeza de la vida, incluso en las cosas más tontas.
Como decía más arriba, cada uno tiene su biografía con sus miedos, sus complejos, sus buenos y malos momentos, sus fracasos y sus éxitos, pero nadie puede no amar, o sentirse incapaz de amar a alguien, o a algo limpiamente. Lo que hay que hacer es salir a la calle y andar la vida, sin miedo, tan felices y tan campantes. Todo llega. Unos dicen que Eros, otros dicen que la química.
Pues bien, Eros, o el destino, o la química harán que un hombre se fije en una mujer y viceversa y vean el uno en el otro un Adonis, o una Venus. Y lo verá muy tierno, muy seguro, o muy inseguro. La afectividad, fortalecida por una amistad con Dios, sabrá dar una mirada que llene de infinito los detalles más pequeños de la persona amada: la voz sonará como violines de Villafontana[6], los gestos estarán llenos de picardía alegre y simpatía, el modo de andar parecerá interesante, los silencios le darán paz y el arqueo de ceja derecha cuando pregunta algo dará la imagen de un galán de primera.
La vida es así, es como los cables de los audífonos del ipod que siempre se enredan de una forma inexplicable; te das la espalda un momento y ya están hechos un nudo, pero tampoco es tan complicado volverlos a poner como estaban y que funcionen. Pues en la vida lo mismo, es cuestión de salir y vivirla.
La mejor de las suertes –que en realidad no sé si es suerte; está en que eso puede ser amor o no, porque puede ser muchas cosas, algunas muy tristes, muy dramáticas y también miserables- está en que de verdad encontremos el Amor, y el amor.
Es duro leer que la afectividad o la sexualidad echan a perder el amor, o que siempre habrá un aguijón picoteándonos. Y no lo digo por San Pablo –que sabía lo que escribía, inspirado, además- sino por todos aquellos que han visto siempre la sexualidad y la afectividad con mirada suspicaz y que hicieron y de hecho hacen del sexto mandamiento el primero.
No es verdad, hombre, no es verdad. Es una mentira de las gordas. Es verdad que hay gente muy desgraciada, y que la sexualidad puede dar muchos dolores de cabeza, todo eso es cierto, pero no neguemos el milagro; es lo más increíble de los milagros: que existen. El Amor y el amor son uno de ellos. Y que siempre se podrán vivir limpiamente.
Alguien escribió:
Y de lo que me alegro,
es de que esta labor tan empezada,
este trajín humano de quererte,
no lo voy a acabar en esta vida;
nunca terminaré de amarte.
Guardo para el final las dos puntadas,
te – quiero, he de coser cuando me muera,
me iré donde me lleven tan tranquila,
me sentaré a la sombra con tus manos,
y seguiré bordándote lo mismo.
El asombro de Dios seré, su orgullo,
de verme tan constante en mi trabajo ■
Muchas gracias, mi querido y gran amigo Suso, por prestarme algunas de tus ideas.
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La sexualidad es un asunto muy complejo y conviene que esté donde tiene que estar, que es en las raíces. Sacralizarla y ponerla en un primer sitio o prestarle demasiada atención es un error muy grave. In medio, virtus, que decían los latinos.
Hombres y mujeres vivimos en un cuerpo, cada uno el suyo, y cada uno con su carácter, sus afectividades, sus sensibilidades y sus rarezas, por tanto la sexualidad se concreta en cada uno de modos muy diferentes y no siempre sabemos el por qué de todos esos modos. A la sexualidad le afecta todo: el tiempo, la cultura, la música, la religión, la herencia, la familia, la educación, las hormonas, los olores, los colores[4].
Sin embargo, la sexualidad permanece en orden cuando está rodeada del Amor -con mayúscula- que es el amor de Dios. Amor que necesitamos precisamente porque el amor humano se desordena, aunque luego se serene.
También viene un desajuste en la sexualidad cuando uno rompe su propia biografía afectiva. Por eso, si uno –y hablo por los que hemos escogido el camino del sacerdocio ministerial- no es capaz de amores universales en celibato, si no puede amar sin nombres y apellidos, si necesita de miradas, caricias, cara y ojos, que se prepare porque le asaltarán un cortejo de sensaciones, tendencias y deseos tan anónimos como impulsivas: inquietudes, miedos, entusiasmos primarios, tristezas, ansiedades, furia, fuego. Mensajes cifrados que indican cómo están yendo las cosas, cual es el resultado del choque de nuestros deseos con la realidad. Y si se choca mucho, se rebota contra el suelo. Y luego viene el subir en un desesperado intento de huir de ese suelo sucio, y así mal irán las cosas. Nos estamos mintiendo.
Muchos jóvenes –y también alguno menos joven- que empiezan a caminar por el camino del amor se preguntan si pueden entonces llegar a querer a una persona bien y limpiamente o si la castidad será un aguijón como muchos han pensado y sugerido a lo largo de la historia
Entre todas las cosas que cambian, lo que menos cambia es el hombre. Todo ha cambiado a nuestro alrededor: conocemos los secretos del átomo, del genoma, de los embriones, hemos tocado la luna y alcanzado planetas lejanos; nuestros aviones han franqueado la barrera del sonido; un agricultor produce mil veces más de trigo que cualquiera de sus antepasados juntos; nuestros coches de hoy mañana son una antigüedad, conocemos la cara de nuestros presidentes que en otros tiempos se trataba como a dioses, sus arrugas, sus vicios y sus miedos ¡todo cambia!.
Pero, ¿y nuestro conocimiento de nosotros mismos? Ni nuestras virtudes ni nuestros vicios han cambiado un ápice. ¿Estamos menos dominados por nuestras pasiones, afectos, pulsiones, angustias o miedos que cualquiera otro de cualquier otro tiempo o cultura? ¿Estamos más próximos a Dios que cualquiera de los santos de los siglos anteriores? Nuestros filósofos, ¿son más geniales que Aristóteles, los poetas más que Homero o los escultores más que Fidias?. Leer la cosmología de Dante nos hace gracia –el cielo representado como un escalonamiento de bóvedas-, pero cuando el propio Dante describe los arrebatos y los tormentos del amor, los enamorados de hoy se reconocen en sus versos y tiemblan, como estremece Shakespeare, Cervantes, Sthendal y tantos otros. Como conmueven los sonetos de amor de Quevedo o la poseía de Gracilazo.
Miles de millones personas han cantado canciones de amor de miles de millones de maneras con miles de millones de historias tan parecidas a las que a todos nos han sucedido. Hace poco alguien me contaba algo: «de pronto, él buscó mi mano y yo la suya: fue un momento mágico, como si una suerte de electricidad muy potente se canalizara a través de de nuestras manos. Experimenté una sensación nueva, única, inexpresable y, a la vez, muy grata»[5]“. Fantástico recuerdo, que es algo más que un recuerdo, y que a quien más quien menos le ha sucedido de otras maneras, las reconoce y valora. La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta: el amor nos hace ver la grandeza de la vida, incluso en las cosas más tontas.
Como decía más arriba, cada uno tiene su biografía con sus miedos, sus complejos, sus buenos y malos momentos, sus fracasos y sus éxitos, pero nadie puede no amar, o sentirse incapaz de amar a alguien, o a algo limpiamente. Lo que hay que hacer es salir a la calle y andar la vida, sin miedo, tan felices y tan campantes. Todo llega. Unos dicen que Eros, otros dicen que la química.
Pues bien, Eros, o el destino, o la química harán que un hombre se fije en una mujer y viceversa y vean el uno en el otro un Adonis, o una Venus. Y lo verá muy tierno, muy seguro, o muy inseguro. La afectividad, fortalecida por una amistad con Dios, sabrá dar una mirada que llene de infinito los detalles más pequeños de la persona amada: la voz sonará como violines de Villafontana[6], los gestos estarán llenos de picardía alegre y simpatía, el modo de andar parecerá interesante, los silencios le darán paz y el arqueo de ceja derecha cuando pregunta algo dará la imagen de un galán de primera.
La vida es así, es como los cables de los audífonos del ipod que siempre se enredan de una forma inexplicable; te das la espalda un momento y ya están hechos un nudo, pero tampoco es tan complicado volverlos a poner como estaban y que funcionen. Pues en la vida lo mismo, es cuestión de salir y vivirla.
La mejor de las suertes –que en realidad no sé si es suerte; está en que eso puede ser amor o no, porque puede ser muchas cosas, algunas muy tristes, muy dramáticas y también miserables- está en que de verdad encontremos el Amor, y el amor.
Es duro leer que la afectividad o la sexualidad echan a perder el amor, o que siempre habrá un aguijón picoteándonos. Y no lo digo por San Pablo –que sabía lo que escribía, inspirado, además- sino por todos aquellos que han visto siempre la sexualidad y la afectividad con mirada suspicaz y que hicieron y de hecho hacen del sexto mandamiento el primero.
No es verdad, hombre, no es verdad. Es una mentira de las gordas. Es verdad que hay gente muy desgraciada, y que la sexualidad puede dar muchos dolores de cabeza, todo eso es cierto, pero no neguemos el milagro; es lo más increíble de los milagros: que existen. El Amor y el amor son uno de ellos. Y que siempre se podrán vivir limpiamente.
Alguien escribió:
Y de lo que me alegro,
es de que esta labor tan empezada,
este trajín humano de quererte,
no lo voy a acabar en esta vida;
nunca terminaré de amarte.
Guardo para el final las dos puntadas,
te – quiero, he de coser cuando me muera,
me iré donde me lleven tan tranquila,
me sentaré a la sombra con tus manos,
y seguiré bordándote lo mismo.
El asombro de Dios seré, su orgullo,
de verme tan constante en mi trabajo ■
Muchas gracias, mi querido y gran amigo Suso, por prestarme algunas de tus ideas.
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[2] Cfr 12, 710.
[3] Comentario al pasaje, edición española de 1975.
[4] Estoy hablando de la sexualidad concreta de un hombre y una mujer, y, dado el caso, de un matrimonio entre un hombre y una mujer que, según la fe que profesamos, es el único espacio adecuado para ejercerla (la sexualidad). Con referencia a la homosexualidad tanto femenina como masculina, la Iglesia tiene una postura clara. Dice el n. 235, del Catecismo de la Iglesia Católica: «Un número no despreciable de hombres y mujeres presenta tendencias homosexuales profundamente enraizadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza, evitando cualquier estigma de discriminación injusta».
[5] ¡Gracias, Itaca, por compartir tu experiencia!
[6] La frase es de mi tía Mariamparo Collignon ¿verdad que es buenísima?
Ilustración: Juan de Flandes, Las bodas de Caná (1500), óleo sobre madrera, ¡¡20 x 15 cm!!, Metropolitan Museum of Art (New York), en www.metmuseum.org/works_of_art/collection_database/european_paintings/the_marriage_feast_at_cana_juan_de_flandes/objectview_zoom.aspx?page=102&sort=0&sortdir=asc&keyword=&fp=1&dd1=11&dd2=0&vw=1&collID=11&OID=110001245&vT=1 puede verse una estupenda -la mejor quizá- reproducción de ésta obra de arte.
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