Nochebuena

Una antigua costumbre prevé para la fiesta de la Navidad tres misas, llamadas respectivamente de la vigilia, de la aurora, y del día. En cada una, a través de las lecturas que varían, se nos presenta un aspecto distinto del gran misterio de la Encarnación, de forma que se tenga de una visión más profunda[1].

El evangelio de la Misa de medianoche se concentra en el evento, en el hecho histórico. Se describe con una desconcertante sencillez, sin ostentación alguna. Tres o cuatro líneas de palabras humildes y corrientes para describir el acontecimiento más importante en la historia del mundo: la llegada de Dios a la tierra[2].

Con una asombrosa sencillez el alcance de este acontecimiento lo confía, el evangelista, al canto que los ángeles entonan después de haber dado el anuncio a los pastores: Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor. Antiguamente esta última expresión se traducía de manera distinta: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Con este significado la expresión entró en el canto del Gloria y se hizo habitual en el lenguaje cristiano. Tras el Concilio Vaticano II se suele indicar con ella a todos los hombres honestos, que buscan la verdad y el bien común, sean o no creyentes[3].

En el texto bíblico original se trata de los hombres a los que ama Dios, que son objeto de la buena voluntad divina, no que ellos tengan buena voluntad. De este modo, el anuncio resulta todavía más consolador. Si la paz se otorgara a los hombres por su buena voluntad, entonces se limitaría a pocos, a los que la merecen; pero como se otorga por la buena voluntad de Dios, por gracia, se ofrece a todos.

Y es que la Navidad no apela a la buena voluntad de los hombres, sino que es anuncio luminoso de la buena voluntad de Dios hacia los hombres, ¡qué verdad tan consoladora y tan apacible!

La clave para entender el sentido de aquel canto de los ángeles es la que habla del «querer», del «amor» de Dios hacia los hombres, como fuente y origen de todo lo que Dios ha comenzado a realizar en Navidad. Nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos según el beneplácito de su voluntad, escribe San Pablo; nos ha dado a conocer el misterio de su querer[4].

La Navidad es la suprema manifestación del amor de Dios por los hombres.

Sólo después de haber contemplado la maravillosa buena voluntad de Dios hacia nosotros podemos ocuparnos también de la buena voluntad de los hombres: de nuestra respuesta al misterio de la Navidad.

Esta buena voluntad se debe expresar mediante la imitación de la acción de Dios, de su actitud. Imitar el misterio que celebramos significa abandonar todo pensamiento de hacer justicia solos, todo recuerdo de ofensas recibidas, suprimir del corazón todo resentimiento aún justo, y ello respecto a todos. No admitir voluntariamente ningún pensamiento hostil contra nadie; ni contra los cercanos ni contra los lejanos, ni contra los débiles ni contra los fuertes, ni contra los pequeños ni contra los grandes de la tierra, ni contra criatura alguna que existe en el mundo.

Y esto para honrar el nacimiento del Señor, porque Dios no ha guardado rencor, no ha mirado la ofensa recibida, no ha esperado a que otro diera el primer paso hacia Él. Si esto no es posible siempre, durante todo el año, por lo menos hagámoslo en tiempo de Navidad. Así ésta será de verdad la fiesta de la bondad ■

[1] Homilía preparada para la Nochebuena del 2008 en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[2] Cfr Lc 2, 1-14.
[3] Gloria in excelsis, himno litúrgico, llamado también doxología mayor, habitualmente cantado en forma silábica o semi-silábica, forma parte de las piezas obligatorias del Ordinario de la Misa, tanto en las Liturgias católicas como ortodoxas. El texto comienza con una pequeña variación de las palabras que los ángeles utilizaron para anunciar el nacimiento de Jesús a los pastores (Lc 2, 14). La Vulgata latina usa altissimis (que, generalmente, significa 'en lo más alto', pero con sentido físico) en lugar de excelsis ('superior', 'elevado' o 'lo más alto'). El himno continúa con versos añadidos para crear una doxología propia. Su texto original griego tiene un origen muy lejano en la historia del cristianismo. La versión larga usada por la Iglesia ortodoxa griega está datado en el siglo IV, pero no es la forma habitual en que se canta en el resto de las liturgias cristianas, que usan formas devenidas de la forma latina, que añade las expresiones Tu solus altissimus y Cum sancto Spiritu. Los ortodoxos griegos lo concluyen con Todo el día le adoraré y glorificaré su nombre por siempre y para siempre y continúa con 10 versos más, provenientes de los salmos, el Trisagio y el Gloria Patri.
[4] Ef 1,5.9
Ilustración: GHIRLANDAIO, Adoración de los Magos (detalle superior), 1488, Tempera sobre madera, Spedale degli Innocenti (Florencia)

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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