La Sagrada Familia

Se ha ido volviendo tradicional en la predicación de la Iglesia aprovechar la fiesta de la Sagrada Familia para hablar, como es natural, de la gran importancia que tiene la familia[1].

Frases como la familia es la célula de la sociedad ó es necesario que cuidemos la familia quizá nos suenan un poco a agua pasada, y aunque no lo es, se hace necesario cambiar un poco la perspectiva del tema. Justo por eso quisiera hablar brevemente de ése tiempo anterior a la fundación de una familia: el noviazgo.

Nada más bueno sobre la tierra, después del amor de Dios, que el amor humano. Nada más maravilloso que encontrase con un hombre y una mujer que quieren luchar juntos, creer juntos, sufrir juntos y ser felices juntos.

El noviazgo si se vive bien y con honestidad es una época muy buena e irrepetible; el amor es lo que mueve al mundo, o mejor: lo que sostiene al corazón humano.

Luego la gente se pregunta cómo es que los sacerdotes podemos hablar del amor si no estamos casados.

La respuesta es sencilla, pero hay que explicarla. Oí decir una vez a un obispo que él no ordenaba sacerdote a ninguno de sus seminaristas que no hubiera estado enamorado antes de entrar al seminario, y luego aclaraba: “no digo enamorado de una mujer, sino enamorado de algo o de alguien: de su vocación, de su comunidad, de la vida ¡mejor si es enamorado de Dios!”

Pienso que los sacerdotes deberíamos ser quienes hablásemos con mayor entusiasmo del noviazgo y del amor matrimonial, PRECISAMENTE porque hemos probado lo que es el Amor, con mayúscula, y vivimos de él.

El Señor no tuvo nunca miedo al amor humano, y tan no lo tiene que empieza su vida pública nada menos y nada más que en una fiesta de amor humano: las bodas de Cana. A veces pienso que algunos moralistas no le perdonarían al Señor ese milagro, temerosos de que a algunos de los invitados a las bodas de Cana se les hubieran pasado un poquito las copas ante la abundancia de vino…

Hay ciertas espiritualidades profundamente equivocadas que concluyen que el cuerpo es el malo de la película, y que una pareja de novios tiene que pasarse la vida desconfiando de él [del cuerpo], y que por lo tanto el noviazgo será algo peligrosísimo[2].

El cuerpo es bueno, porque lo hizo Dios. El noviazgo es bueno, porque es la preparación al matrimonio. La sexualidad humana es una de las mejores cosas que ha creado Dios, y que se debe vivir dentro del matrimonio.

A ti joven que escuchas este medio día te digo algo muy sencillo: haz que tu noviazgo sea una cuidada preparación para ese momento –estupendo- de entrega plena. Novio: sé cariñoso con tu novia. Novia: sé cariñosa con tu novio; juntos pidan diariamente la gracia de ser leales, honestos y limpios, haciéndolo la felicidad viene al corazón de carne y sangre que Dios ha dado, corazón que sirve para amar a Dios y para amar a tu novio, a tu novia; al que va a ser tu marido, a la que va a ser tu mujer.

Y a todos que no se nos olvide nunca que Jesucristo mismo quiso tener un corazón de carne como el que tenemos cada uno. Con ese corazón –el Sagrado Corazón- ama a Su Madre, ama a sus amigos, los apóstoles, ama a su Iglesia y en la Iglesia y a través de la Iglesia a cada uno de nosotros ■

[1] Homilía pronunciada el Domingo 28.XII.2008, Fiesta de la Sagrada Familia, en la Parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[2] Jesucristo en el evangelio lo explica muy bien, y nos dice que el pecado no es lo que entra por la boca, sino lo que sale del interior. Y aclaraba que del alma, de la voluntad, salen los malos deseos. Con lo que se concluye que es el alma quien malemplea al cuerpo cada vez que pecamos (Cfr Mt 15, 18-20).

Ilustración: Bartolomé Esteban Murillo, El matrimonio de la Virgen (1670), óleo sobre tela, 76 x 56 cm, Wallace Collection ( London).

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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