El tiempo de Pascua es un tiempo dedicado a contemplar y celebrar al Señor vivo
entre nosotros. Y es también es un tiempo para contemplar aquel grupo de hombres
y mujeres que se sintieron atraídos por Jesús, que se reunían en comunidad en Su
nombre y emprendieron la tarea de dar a conocer a todo el mundo el evangelio
que habían recibido. Conocemos a los primeros cristianos por los fragmentos del
libro de los Hechos de los Apóstoles –el libro que narra los comienzos de esta
Iglesia- que escuchamos estos domingos del tiempo pascual.
Felipe, nos cuenta el libro de los Hechos, decidió que
valía la pena llegarse hasta Samaria, región enfrentada con el resto de los
judíos por discrepancias religiosas muy fuertes, y dar a conocer la Buena Nueva
e invitarles a formar parte del grupo de los discípulos.
Qué reconfortante
lo que escuchamos hoy: la gente de Samaria se siente atraída por lo que les
anuncia Felipe, se siente atraída por el bien que hace Felipe curando a sus
enfermos, y con mucha alegría entran a formar parte de la comunidad con el
bautismo. Después Pedro y Juan, van a aquel mismo sitio y confirman con el don
del Espíritu a aquellos nuevos creyentes.
Reconfortante
porque podemos entender la fuerza del Evangelio, comprender que la fe es capaz
de transformar la vida de las personas, y que nosotros somos los continuadores
de aquella fuerza que movía a los primeros cristianos. Hoy, veinte siglos
después, es bueno preguntarnos cómo presentamos a Jesús, o cómo hacemos que
aquellos que no se sienten atraídos por Él puedan darse cuenta de que vale la
pena seguirle.
Sí: es verdad que las circunstancias de los primeros
cristianos son distintas a las nuestras, pero las ganas de dar a conocer a
Jesucristo deben ser las mismas, y los criterios para anunciarlo también deben
ser muy similares[1],
sin embargo solamente si Jesús es realmente el centro de nuestra vida, sólo si
nos esforzamos por vivir seriamente el Evangelio, sólo si en nuestra comunidad
se ama como Jesús nos enseñó, conseguiremos que los que no comparten nuestra fe
se sientan atraídos por él.
Debemos ser capaces de decir y compartir lo que creemos, capaces
de no esconder nuestra fe, sin ése deseo inútil de imponer nada a nadie, como
si tuviésemos el monopolio de la salvación. La mejor actitud es la que menciona
san Pedro en la segunda lectura: Estad
siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere,
¡Si Jesucristo nos ilusiona, no nos lo guardemos para nosotros solos!
Y desde luego el servicio. Felipe, a la vez que hablaba
de Jesús, curaba a los enfermos. Eran ambas cosas lo que realmente atraía a la
gente. Los cristianos de hoy debemos trabajar para hacer posible que los que
menos tienen puedan vivir más dignamente. Vamos a decirlo de otra forma: el ser
cristiano no se reduce a regalar cobijas en diciembre o una bolsita de dulces
el día del niño, la dimensión social del ser cristiano es un esfuerzo por crear
mejores para los que menos tienen y que ésas condiciones que permanezcan.
Por el bautismo y la confirmación formamos parte del
cuerpo místico de Cristo y por la Eucaristía nos reunimos alrededor de Él
porque creemos en Él y queremos que Él nos sostenga en ésta vida que vivimos. Vamos
a pedirle hoy, por intercesión de su Madre bendita, que vivamos con el mismo
entusiasmo y alegría de los primeros cristianos nos haga buenos testimonios
suyos al servicio de nuestros hermanos ■