Terminó ayer un año y hoy comenzamos uno nuevo. Sin duda en estos momentos nace casi espontáneamente en
nosotros la reflexión y el silencio; el examen de conciencia; tomamos
conciencia más lúcida del tiempo, de esa
curiosa realidad que vamos gastando sin tomarla demasiado en cuenta[1]. Son
momentos muy buenos para hacer balance del pasado y poner la mirada atenta en
lo que viene.
Muchas cosas que nos angustiaban y nos parecían casi insuperables
ya han pasado. Hoy nos parecen insignificantes y sin importancia. Mirando hacia
atrás, los días que fueron duros tienen un aspecto diferente. Ahora nos
sentimos más tranquilos y serenos, incluso, ante lo que ahora nos agobia y que también un día
pasará.
Al mismo tiempo, sentimos nostalgia. Nada permanece. Con
el viejo año se van no sólo las cosas
difíciles y duras sino también las hermosas y buenas. Y cuanto más se avanza en
edad tanto mayor es la fuerza con que percibe el paso inexorable del tiempo.
Este año que ha pasado nos deja también sabor agridulce. No hemos sido lo
que deseábamos ser. No hemos hecho lo
que nos habíamos propuesto. En algunos momentos no hemos sido fieles a nosotros mismos. Un año más que se va ¿crecimos
en verdad, en generosidad, en amor?
Hoy comenzamos un año nuevo. Dice H. Hesse que «en cada
comienzo hay algo maravilloso que nos
ayuda a vivir y nos protege»[2].
Qué verdad se encierra en estas palabras cuando uno mira todo comienzo con ojos
de fe. De nuevo se nos ofrece un tiempo lleno de esperanza y de posibilidades
intactas. ¿Qué haremos con él?
Las preguntas que podemos hacernos son muchas. Aumentaremos
nuestro nivel de vida y nuestro confort quizás, pero, ¿seguirá
empequeñeciéndose nuestro corazón? Tendremos
tiempo para trabajar, para poseer, para disfrutar, ¿lo tendremos también
para crecer como personas?
Este año será semejante a tantos otros. ¿Aprenderemos a
distinguir lo esencial de lo accesorio,
lo importante de lo accidental y secundario? Tendremos tiempo para
nuestras cosas, nuestros amigos,
nuestras relaciones sociales. ¿Tendremos tiempo para ser nosotros mismos? Pero sobre todo: ¿Tendremos tiempo
para Dios?
Y sin embargo, ese Dios al que arrinconamos día tras día
entre tantas ocupaciones y distracciones
es el que sostiene nuestro tiempo y puede infundir a nuestra existencia
una vida nueva ■