San Agustín, Sermón
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La Palabra del Padre por la que fueron hechos los tiempos, al hacerse
carne, nos regaló el día de su nacimiento en el tiempo; en su origen humano
quiso tener también un día aquel sin cuya anuencia divina no transcurre ni un
día. Estando junto al Padre, precede a todos los siglos; naciendo de la madre
se introdujo en este día en el curso de los años. El Hacedor del hombre se hizo
hombre, de forma que toma el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el
Pan, sed la Fuente; duerme la Luz, el Camino se fatiga en la marcha, la Verdad
es acusada por falsos testigos, el Juez de vivos y muertos es juzgado por un
juez mortal; la Justicia condenada por gente injusta, la Disciplina castigada
con flagelos, el Racimo coronado de espinas, la Base colgada de un madero, la
Fortaleza debilitada, la Salud herida, la Vida muere. Aunque él, que por
nosotros sufrió tantos males, no hizo mal alguno, ni nosotros, que por él
recibimos tantos bienes, merecíamos algún bien, para librarnos a nosotros, a
pesar de ser indignos, aceptó sufrir todas aquellas indignidades y otras
parecidas. Con esa finalidad, pues, el que existía como hijo de Dios desde
antes de todos los siglos sin comienzo de días, se dignó hacerse hijo del
hombre en los últimos días, y el que había nacido del Padre, sin ser hecho por
él, fue hecho en la madre que él había hecho, para hallarse aquí, en un momento
determinado, nacido de aquella que nunca y en ningún lugar hubiera podido
existir a no ser por él.
Así se cumplió lo que había predicho el salmo: La verdad ha brotado de la
tierra (Sal 84,12). María fue virgen antes de concebir y después de dar a luz.
¡Lejos de nosotros el creer que desapareció la integridad de aquella tierra, es
decir, de aquella carne de donde brotó la verdad...! En efecto, en el seno de
la virgen se dignó unirse a la naturaleza humana el Hijo unigénito de Dios,
para asociar a sí, cabeza inmaculada, a la Iglesia, inmaculada también, a la
que el apóstol Pablo da el nombre de virgen no sólo en atención a las vírgenes
en el cuerpo que hay en ella, sino también por el deseo de que sean íntegros
los corazones de todos. Os he desposado -dice- con un único varón para
presentaros a Cristo como virgen casta (2 Cor 11,2). Así, pues, la Iglesia
imitando a la madre de su Señor, dado que en el cuerpo no pudo ser virgen y
madre a la vez, lo es en el corazón. Lejos de nosotros el pensar que Cristo al
nacer privó a su madre de la virginidad, él que hizo a su Iglesia virgen,
liberándola de la fornicación con los demonios. En este día de hoy, celebrad
con gozo y solemnidad el parto de la Virgen, vosotras las vírgenes santas,
nacidas de su virginidad inviolada; vosotras que despreciando el matrimonio
terreno, elegisteis ser vírgenes también en el cuerpo. Ha nacido de mujer quien
en ningún modo fue sembrado por varón en la mujer. Quien os trajo lo que ibais
a amar, no quitó a su madre eso que amáis. Quien sana en vosotras lo que
heredasteis de Eva, ¡cómo iba a dañar lo que habéis amado en María!
Aquella cuyas huellas seguís no yació con varón para concebir, y después del parto siguió siendo virgen. Imitadla en cuanto podáis, no en la fecundidad, porque no os es posible sin herir la virginidad. Sólo ella pudo tener ambas cosas de las cuales vosotras quisisteis tener una, que perderíais si pretendieseis poseer las dos. Sólo pudo poseer ambas cosas la que engendró al todopoderoso que le dio tal poder. Convenía que sólo el Hijo de Dios se hiciese hombre de ese modo sin igual. Que Cristo no deje de ser algo para vosotras por ser hijo sólo de una virgen. Aunque no pudisteis darle a luz en la carne le encontrasteis como esposo en el corazón; y esposo tal que vuestra felicidad lo tiene por redentor sin que vuestra virginidad lo tema como su destructor. Quien no quitó a la madre la virginidad ni siquiera en el parto corporal, mucho más la conservará en vosotras en el abrazo espiritual. No os consideréis estériles por haber permanecido vírgenes, pues hasta la piadosa integridad de la carne cae dentro de la fecundidad de la mente. Obrad lo que dice el Apóstol: puesto que no pensáis en las cosas del mundo ni en cómo agradar a vuestros maridos, pensad en las cosas de Dios y en cómo agradarle a él en todo, para que sea fecundo no vuestro seno con la prole, sino vuestra alma con las virtudes.
Para concluir me dirijo a todos, os hablo a todos; con mi palabra apremio a
la virgen casta, toda entera, que el Apóstol desposó con Cristo. Lo que
admiráis en la carne de María realizadlo en el interior de vuestra alma. Quien
cree en su corazón con vistas a la justicia, concibe a Cristo; quien lo
confiesa con la boca con la mirada puesta en la salvación, da a luz a Cristo.
De esta manera sea exuberante la fecundidad de vuestros corazones conservando
siempre la virginidad ■