En el corazón,
donde todo puede callar y todo calla (si nosotros lo permitimos), se renueva, a
cada instante, la Presencia de Dios y nuestra vida misma. Sin ansiedad alguna,
sin tensión, ni angustia, sin temor desde luego, reposamos en el Corazón de
Aquél que nunca está lejos. Basta un instante de fe, de esperanza, de amor;
porque Él llama, incesantemente, a nuestra puerta. No pensemos que es difícil
abrir, no juzguemos acerca de "introducciones" o de
"métodos", simplemente hemos de DEJAR, en la paz que nos es dada, aún
en medio de las mayores pruebas. La oración es directa... e inmediata. -¡Señor,
sí quiero, te quiero a Tí! ■ Ermitaño
urbano