Es bueno limpiar el episodio de los
magos de todas las incrustaciones que
se le han ido pegando con el paso de los años y el peso de la leyenda y el
folklore, y restituirlos a la sobriedad de la narración de san Mateo[1].
Como los magos, también nosotros somos buscadores[2] y
el evangelio parece tener predilección por este tipo de individuos capaces de
movimiento, unos hombres que captaron una señal y se pusieron en camino. Lo de
los reyes no fue algo bullicioso ni dramático, ni caminaban con trompetas
delante. La señal era discreta, quizá imperceptible, pero encontró resonancia –una
especie de "complicidad" interior- y luego se convirtió en nostalgia,
en un deseo, en una búsqueda. Y fue entonces que comenzó la aventura que les hizo
abandonar las seguridades habituales, afrontar el ridículo (muchos los habrán
juzgado de locos o al menos como soñadores) y meterse en los riesgos de un
viaje que les llevaría quién sabe dónde.
La actitud de éstos hombre –reyes o magos da igual- es
maravillosa sobre todo si se compara con la de los intelectuales y expertos
convocados por Herodes que estaban preparados para facilitar informaciones
precisas. Sabían todo, no se movían de sus libros, de sus esquemas, de sus
criterios, de sus cuadernos llenos de experiencias y notas. Y entonces su
geografía –el mapa de sus almas- era el aprendido en los textos, no a través de
una exploración personal.
¿Quién no ha tenido una crisis que le lleve a
replantearse todo? ¿Quién no ha sentido que hasta entonces ha vivido del
cuento, de la apariencia y quizá hasta de la farsa y de la mentira?
Jesucristo se deja encontrar por los insatisfechos, los
buscadores, los que vienen de lejos. Por los que están en crisis, también. Los
cristianos hoy tenemos necesidad de aprender, de estos extraordinarios. Se
trata de no pararse, ni siquiera frente a la verdad que uno cree haber
descubierto. ¡Ay! de los satisfechos en este campo. Ciertos cristianos dan la
impresión de colocarse y reposar en la verdad. Como dice G. Thibon: ¿Es la
posesión de la verdad lo que da fundamento a tu reposo, o es el amor al reposo
lo que crea tu verdad?[3].
Ser creyentes quiere decir ser incansables buscadores de
Dios, no poseedores de Dios. El creyente es alguien que no se considera nunca “llegado”,
es decir, para el creyente Dios no es una posesión, no es un objeto de
bolsillo, sino una persona que jamás es encontrada de una vez para siempre, de
quien se tiene sed constantemente. Los creyentes somos un pueblo sediento que
camina por el desierto hacia Dios.
Hemos de ir por la vida buscando. No tiene nada de malo
ni de inconveniente cuestionar las cosas, incluso las cosas de la propia fe. Es
necesario buscar por todas partes. Es necesario librarse de la ilusión de
“tener” a Dios, de poseerlo de una vez para siempre. Se trata de tener la
fuerza, el coraje, de reemprender cada día la búsqueda apasionada. Ojalá
apareciésemos a los ojos de los demás no como “aristócratas del amor” -¡ay
frase infeliz- que poseen la verdad y se dignan dispensarla desde una cátedra
de privilegio y de presunción, sino como hombres y mujeres que caminan junto a
otros hombres y otras mujeres para, humildemente, buscar la verdad juntos. Tu
verdad no; la verdad / y ven conmigo a buscarla. /La tuya, guárdatela[4].
Al final ¿somos nosotros los que buscamos a Dios o es Él
quien nos busca? ¿Es más ardiente la nostalgia –con frecuencia inconsciente-
que el hombre tiene de Dios o la nostalgia que Dios tiene del hombre? Y cuando lo
encontramos caemos en la cuenta de que él nos estaba esperando, es más, ha
venido a nuestro encuentro.
El mismo deseo que nos había puesto en camino, que nos
había empujado a partir, venía de él. En él descubrimos la fuente y la
satisfacción de nuestro ser. Durante tres años he ido a la búsqueda de Dios, y
cuando he abierto los ojos al final de mi camino, he descubierto que allí
estaba él, que me esperaba[5] ■
[1] Mt
2, 1-12.
[2] A.
Pronzato, El pan del Domingo, Edit.
Sígueme, Salamanca 1985.
[3] Filósofo francés muerto en el
2011.
[4]
Antonio Machado, poeta español que formó parte de la célebre Generación del 98.
[5] Abu
Hamed Mohamed B. Abu Bakr Ebrahim, más conocido como Farid al Din o Farid ad
Din y Attar, fue un célebre poeta y místico musulmán persa que vivió durante la
segunda mitad del siglo XII y en las primeras dos o tres décadas del siglo XIII
en la ciudad de Nishapur, Jorasán, al noreste del actual Irán y cuya influencia
formativa fue reconocida por su continuador y reconocido sucesor literario
Yalal ad Din Rumi. Murió durante el saqueo mongol de Nishapur en abril 1221.