El Señor [evidentemente] no tenía un doctorado en Sagrada Escritura o en Ciencias
de la comunicación, su palabra clara, directa, auténtica, tenía otra fuerza
diferente que el pueblo sencillo y llano supo inmediatamente captar. El suyo no
era un discurso demasiado preparado; podríamos decir que tampoco era la Suya
una instrucción. Su palabra era más bien una llamada, un mensaje que provocaba
un gran impacto en los que lo oían y los animaba a cambiar de camino[1],
de hecho fueron muchos los que cambiaron de vida después de oírle[2].
La gente –nos dice el evangelio de hoy- quedaba asombrada
porque no enseña como los letrados sino
con autoridad. Esta autoridad no está ligada a ningún título o poder
social. No proviene tampoco de las ideas que expone o la doctrina que enseña.
La fuerza de su palabra es Él mismo: Su persona, Su espíritu, Su libertad, la
manera –sobria, sencilla, valiente- en la que vivía.
El Señor no es un vendedor de ideologías, ni un repetidor
de lecciones aprendidas de antemano. Es un maestro de vida que coloca al hombre
ante las cuestiones más decisivas y vitales. Un hombre –el Hombre, con
mayúscula; el Ecce homo que
presentará Pilatos a la multitud[3]- que
enseña a vivir. Y más aún: el Hombre por excelencia que nos enseña a los demás
hombres y mujeres a ponernos delante de nosotros mismos y preguntarnos quiénes
somos, a dónde vamos y qué vamos a hacer con la vida que llevamos entre las
manos. Todo eso es Jesús y su Palabra.
Y vamos a reconocerlo de una vez: hoy nuestros jóvenes no
encuentran maestros de vida a quienes poder escuchar, de ahí la gran tragedia que
resulta de echar fuera a Jesús de nuestros ambientes, de nuestras
conversaciones, de nuestras lecturas, de nuestros planes: ¿Qué autoridad pueden
tener las palabras de políticos, dirigentes e incluso de nosotros –sacerdotes y
obispos- si no van acompañadas de un testimonio claro de honestidad y
responsabilidad personal? ¿qué vida pueden encontrar nuestros jóvenes en una
enseñanza que sólo proporciona datos, cifras y códigos, pero no ofrece
respuesta alguna a las cuestiones más inquietantes del ser humano? Difícilmente
ayudará a crecer a los más jóvenes una enseñanza reducida a información
científica en la que el enseñante puede ser sustituido por un estupendo iPad.
Hoy más que nunca necesitamos profesores de existencia: hombres
y mujeres que enseñen el arte de abrir los ojos, maravillarse ante la vida, interrogarse
con sencillez por el sentido último de todo y, sobre todo, transmitir a los
demás dos cosas que hemos perdido casi por completo: el sentido de lo sagrado –del misterio- y la capacidad de asombro.
Hoy necesitamos hombres y mujeres que, con su testimonio personal de vida,
siembren inquietud, contagien vida y ayuden a plantearse honradamente los
interrogantes más hondos de la existencia. Hoy necesitamos sacerdotes y obispos
que no dediquen la tarde del domingo a corridas de toros, o fiestas en las que corra
sin límites la comida y la bebida[4];
obispos y sacerdotes que prediquen constante y sensatamente de la Palabra de
Dios.
Vienen a la memoria las palabras del escritor francés P. Robin:
«Se suprimirá la fe en nombre de la luz; después se suprimirá la luz. Se
suprimirá el alma en nombre de la razón; después se suprimirá la razón. Se
suprimirá la caridad en nombre de la justicia; después se suprimirá la
justicia. Se suprimirá el espíritu de verdad en nombre del espíritu crítico;
después se suprimirá el espíritu crítico»[5].
En un momento concreto de la historia, la Ascensión, Jesús
dejó de estar visiblemente entre nosotros. Desde entonces hacen falta profetas,
y ésta tarea ya no está reservada a un número reducido de escogidos. Todos los
que creemos en Él estamos llamados a proclamarlo con el lenguaje elocuente de
los hechos: con el testimonio de nuestra vida; no en la forma de los fariseos,
que dicen y no hacen, sin sentirnos jamás dueños de su Palabra, sin hacer decir
al Señor lo que no pasa de ser una pobre opinión, discutible, del profeta.
Tenemos delante un mundo que tiene hambre, mucha hambre
de Dios, y tienen derecho a que les demos trigo limpio ■
[1]
Cfr. J. A. Pagola, Buenas Noticias,
Navarra 1985, p. 187 ss.
[2]
Cfr. Lc 19, 1-10; 15, 11-32; 7,36-50;19,5-9
[3]
Cfr. Jn 15, 5.
[4]
Quien tenga oídos, que oiga y quien tenga ojos, que vea: http://www.quien.com/circulos_mexico/2012/01/17/cumpleaos-antonio-chedraoui; http://www.quien.com/circulos_mexico/2011/11/14/segunda-fecha-de-la-temporada-grande/7
[5]
Robin (1837-1912), fue un pedagogo anarquista francés y difusor de las ideas
neomalthusianas.