Adherimos interiormente a la
belleza que se manifiesta en una imagen, en el arte, en un paisaje, en las
flores, en la música..., y aprendemos, sin duda, de esta manera a subir por
encima de las manifestaciones para abrazar o dejarnos abrazar por el centro escondido
que todo participa. No se trata de situaciones agradables o simplemente
placenteras. No se trata, no, de gozar de esto o de aquello. Hablamos de la
hondura inefable, de esa aurora que siempre se renueva en el espíritu.
Cualquier paso es la ocasión y no la impiden las costras o fealdades aparentes
que topamos en nuestro camino. Recordemos siempre que lo más íntimo, profundo y
fuerte es lo que aparece más débil y vulnerable. La sabiduría popular le ha llamado Diente de León a una de las más vulnerables de las flores del campo. Recordemos que cualquier dolor
o desengaño es la oportunidad para ir más adentro... Es necesaria y urgente esa
paradoja que tanto nos brinda y nos ilumina en nuestra peregrinación ■ Ermitaño
urbano