No podemos –o no debemos- meditar sobre el
misterio de este día sin evocar a los cristianos que viven en Tierra Santa. De
ellos apenas hablan los noticieros que cubren el Oriente Medio y, sin embargo,
están sufriendo sus consecuencias. ¿Cómo es posible que en la tierra donde se
produjeron los hechos más graves de la historia humana apenas haya un puñado de
testigos? Lo que sucede hoy en Tierra Santa es una metáfora de lo que puede sucedernos
a cada uno de nosotros y a la humanidad en su conjunto: no hemos acogido el
testamento de Jesús. No hemos aprendido a dar la vida sino a quitarla.
Es Jueves Santo y nos preguntamos: ¿Qué
es lo que Jesús nos pidió antes de morir? ¿En qué consistió el último mensaje a
sus amigos y, en ellos, a toda la humanidad? No conozco ningún testamento más
sencillo, todo se resume en una sola palabra (en imperativo, por cierto): amaos.
Entendemos el
vocablo, sí; lo usamos continuamente, pero no estamos seguros de comprender su
significado. Jesús no pierde el tiempo en explicarnos la diferencia que hay
entre el amor-eros, el amor-filía y el amor-ágape, por seguir una división
clásica[1].
Él se quita el manto, se ciñe una toalla y se pone a lavar los pies a sus
discípulos. Desde entonces en todas las lenguas del mundo, ayer, hoy y mañana,
amar significa "lavar los pies", apearse de la propia condición y
ponerse a la altura de los pies, que es la altura más baja imaginable ¡es una
lástima que la liturgia del Jueves Santo considere este gesto como opcional!
¿No es una suprema lección para nosotros y que sin ella, no entenderíamos bien
qué significa la eucaristía?
Como sabemos bien,
el cuarto evangelio no tiene una narración eucarística como los demás
evangelios (sinópticos), en su lugar, introduce este relato que es precisamente
el que leemos en el evangelio de hoy. Lavar los pies es imposible para quien
cuenta sólo con su buena voluntad o sus impulsos altruistas. El Señor lo sabe,
por eso quiere incorporarnos, a través de la liturgia, a su propia entrega.
El Señor se hace
eucaristía y se nos da hecho pan y vino, así entrando en comunión con Él, participamos
de su vocación de lavador de pies. Sin eucaristía no hay entrega duradera.
Y para que haya eucaristía se necesitan algunos sirvientes que acepten el
encargo de repartirla hasta el fin de los tiempos en el nombre de Jesús. Esta
es la estrecha relación entre el testamento de amor, el sacramento de la
eucaristía y el sentido del ministerio eclesial, esto es lo que celebramos ésta
noche, ¿sabremos descender hasta el fondo o, como tantas veces nos quedaremos
en el cascaron, en la superficie de la celebración litúrgica? ■
[1] Lectura recomendada: Los
Cuatro Amores (The Four Loves)
escrito por C. S. Lewis y publicado por primera vez en 1960 en Londres y Nueva
York. En este ensayo, Lewis aborda el tema del amor dividiéndolo en cuatro
categorías, con la ayuda de los conceptos que toma prestados del idioma griego:
Cariño (gr.: Στoργη´), amistad (gr.: Φιλíα), eros (gr.: ´Ερος) y caridad (gr.: Αγα´πη), al que él mismo llama "ese amor que Dios
es". Según Lewis, el amor en todas sus formas es –en virtud de su
naturaleza- de dos tipos: De dádiva y de necesidad.