Nadie lo puede decir,
y tenemos que decirlo:
Fuera de casa y poblado
en un pesebre ha nacido.
Y era Dios entre nosotros
el Niño que así ha venido.
Nadie lo puede pensar
estando en su sano juicio:
con la sangre de mis venas,
con mis risas y gemidos,
Dios ha querido formar
el corazón de su Hijo.
Nadie lo puede aceptar
si no acepta este prodigio:
que una mujer pobrecilla
en su vientre ha concebido
y sin dejar de ser virgen
la Madre de Dios ha sido.
Nadie se puede atrever
si él no se hubiera atrevido:
con besos de nuestros labios
le damos a Dios cariño;
que primero en nuestra carne
él nos dio su amor divino.
Nadie se puede ausentar
por verse pobre e indigno,
que fueron de los pastores
los primeros villancicos:
¡Gloria a Dios en las alturas,
paz al mundo bien querido! Amén ■
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.